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BERLINALE 2011 Fuera de competición / Francia

Un burgués y Les Femmes du 6e étage

por 

Ambientada en París en 1962, la comedia, tierna y nostálgica, Les Femmes du 6e étage [+lee también:
tráiler
ficha de la película
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, de Philippe Le Guay, presentada ayer fuera de competición en la Berlinale, gira en torno a un corredor de bolsa chapado a la antigua que descubre la vida cotidiana de las empleadas domesticas españolas de su edificio. La película, que se adscribe a un género clásico, flirtea peligrosamente con la caricatura y los buenos sentimientos, sin caer, felizmente, en la sensiblería. La calidad de los intérpretes logra finalmente crear una alquimia divertida y sin pretensiones que destila un perfume de frescura bajo el signo del amor y de Europa.

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El antihéroe de la intriga, un muy bien educado Jean-Louis Joubert (perfecto Fabrice Luchini) lleva una vida tan organizada como una partitura, junto a su esposa (Sandrine Kiberlain), siempre “agotada” por sus partidas de bridge con sus venenosas amigas, sus citas con la modista, sus cereñonias y sus obras de caridad. Pero el despido de la inmutable ama de llaves bretona abre la puerta a España en la vida de la pareja (los hijos están en un internado) a través de la bella María (Natalia Verbeke), que cohabita en el ático con sus colegas Concepción (Carmen Maura), Carmen (Lola Dueñas), Dolores (Bertea Ojea), Teresa (Nuria Sole) y Pilar (Concha Galan). “Eel Sr. Louis” explorará progresivamente el mundo de estas camareras (“viven sobre nuestras cabezas y no sabemos nada de ellas”), sucumbiendo al encanto de su simplicidad y su alegría de vivir, hasta el punto de cambiar su actitud, para sorpresa de su entorno.

En la línea de las obras teatrales sobre las relaciones entre los patrones y las empleadas domesticas, Les Femmes du 6e étage se burla sin maldad de los códigos arrogantes de una burguesía con una cultura bastante xenófoba (“es una perla, casi olvidamos que es española”), pero destaca también la dificultad de las empleadas para aceptar la transgresión social (“el jefe debe seguir siendo el jefe”). La película antepone la espontaneidad, la solidaridad y el buen humor, impulsada por las sonrisas irresistibles de sus actrices. Pero elabora también el retrato rápido de un tiempo pasado en el que la Costa Brava era una región turística insólita para los franceses ricos y donde la beatería de las inmigrantes españolas contrastaba con el anti-franquismo de los refugiados políticos. Como lo destaca Philippe Le Guay, “mucho antes de que la Unión Europea fuera una realidad política, Europa se construyó en los años 60. Los españoles estaban allí, entre nosotros, en las esquinas, en los parques públicos”. Este regreso 50 años atrás, bañado de una nostalgia manifiesta en los sentimientos del Sr. Joubert por María, dan a la película un encanto un poco anticuado, muy distante de la aspereza del realismo social al que el relato también se prestaba. Una mirada tierna sobre un tema que bien podría, asimismo, empujar a algunos a sumergirse en Le diario de una camarera, de Luis Buñuel.

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(Traducción del francés)

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