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BERLINALE 2011 Competicion / Albania-Italia-Dinamarca-Estados Unidos

The Forgiveness of Blood: tradiciones que no perdonan

por 

La última película presentada en competición en Berlín, The Forgiveness of Blood [+lee también:
tráiler
ficha de la película
]
, de Joshua Marston, nos permite descubrir un país poco conocido en el resto de Europa, en parte porque su industria cinematográfica es aún casi inexistente… El aislamiento de Albania, no obstante, es también interior: sus habitantes, sin ayuda del Estado y abandonados a su propia suerte, cultivan y gestionan su terreno como les parece, de modo que la familia representada en la película vive en el aglomerado de cemento de una obra permanente. La escuela es la última de las preocupaciones de los padres y los abuelos que regulan la vida local, teniendo como único guía al ancestral conjunto de normas no escritas llamado Kanun y utilizado para perpetuar un sistema de justicia sumario y patriarcal para el cual “el menor insulto” contra el orgullo viril puede dar lugar a venganzas tan sangrientas como legítimas. Un código que, al igual que todo lo demás, se puede modificar al antojo de los responsables.

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Dos realidades se desarrollan a partir de las primeras imágenes de la película: por una parte, la de un mundo rural que parece pertenecer a otro siglo, con sus carreteras de piedras donde circulan aún carretas tiradas por caballos; por otra, jóvenes equipados con teléfonos móviles, que tienen perfiles en Facebook, e incluso algunos aspiran a estudiar. No hay que olvidar el valor de la tierra y la violencia de los conflictos que siguen, que empujan a dos familias a matarse entre ellas, al margen de un sistema judicial que pasa a un segundo plano por detrás de las prácticas ancestrales.

Cuando el padre y el tío de Nik, de 17 años, y de su hermana Rudina, de 15 años, son acusados de haber apuñalado al vecino (este último les negaba el derecho de paso), cae la deshonra sobre la familia entera . Con el padre escondido, la familia del vecino niega a los chicos de la familia (las chicas y las mujeres no cuentan) la concesión de la “besa”, es decir, la autorización para salir de casa sin que los mate. La parálisis obstinada del sistema se refleja literalmente en la situación en la cual se encuentra la familia de los culpables, que permanecen entre sus cuatro paredes a la espera de una resolución claramente inalcanzable.

Los adolescentes no pueden volver a la escuela a pesar de que sus compañeros los echan de menos y Rudina debe ocuparse de repartir el pan en lugar de su padre y negociar para sacar a su familia adelante. Nik, por su parte, se siente al mismo tiempo responsable e impotente: su padre rechaza tanto su intento de acudir a un mediador de conflictos, que ha resuelto al menos una cincuentena de casos (una cifra que dice mucho sobre la frecuencia de este tipo de asuntos), como la sugerencia de entregarse, porque “no se puede vivir así”. A pesar de no tener ningún derecho a expresarse, estos niños, convertidos repentinamente en adultos, llevaran a sus espaldas, forzosamente, todo el peso de estos crueles arcaísmos.

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(Traducción del francés)

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