14/06/2011

El tercer largometraje del serbio Siniša Dragin, If the Seed Doesn’t Die, fue presentado en el Festival de Tokio antes de hacerse con el premio del público en Rotterdam. Con el apoyo del Fondo Hubert Bals, Eurimages, el Ministerio de Cultura de Serbia, el Centro de Cine Rumano y el Vienna Film Fund y tras cuatro años de realización, fue proyectada por primera vez en Rumanía como parte del Festival de Transilvania de Cluj.

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Los problemas experimentados durante la producción son evidentes en esta interesante pero irregular y fallida película, cuyas tres historias no terminan de converger de modo satisfactorio. Los caminos de dos padres se cruzan en la frontera entre Serbia y Rumanía en el Danubio, mientras intentan pasar de un país al otro de modo ilegal. El serbio Jorgovan (Mustafa Nadarević) va a Rumanía para encontrar el cadáver de su hijo, fallecido en un accidente de coche, mientras que el rumano Nicu (Dan Condurache) busca a su hija, que se prostituye a la fuerza en Kosovo. A partir de este momento seguimos sus pasos de modo separado. La tercera historia se centra en una iglesia de madera que fue demolida en el siglo XVIII, cuando el culto ortodoxo fue prohibido en el Imperio austrohúngaro. Este capítulo está narrado por el anciano austriaco Hans (Franz Buchreiser), que vive en la ciudad natal de Jorgovan.

Dragin intenta incluir la mayor cantidad posible de detalles sobre la historia, la política, la religión y la mentalidad de ambos países. Aunque algunos episodios son realmente emocionantes o divertidos, como conjunto la película está demasiado abarrotada y tiene un ritmo poco equilibrado, hasta el punto que el espectador está exhausto tras 60 minutos de metraje. Al final, el símbolo de la vieja iglesia es el más potente de lejos y uno se pregunta si Dragin no podría haber hecho una película centrándose únicamente en ello.

(Traducción del inglés)