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VENECIA 2011 Competición

Un été Brûlant consuma el amor en el nombre del Arte

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Paul conoce a Frédéric, un pintor que vive con una actriz que rueda en Italia llamada Angèle. Para salir adelante y conseguir convertirse en actor Paul trabaja como figurante. En un plató, Paul conoce a Elisabeth, otra figurante; ambos se enamoran y se instalan juntos en casa de Frédéric y Angèle, que viven en Roma.

Lo mínimo que se puede decir de las películas de Philippe Garrel, es que no dejan indiferentes. Por cada silbido oído en la proyección para la prensa acreditada del 68º Festival de Venecia, donde Un été Brûlant ha sido presentada en competición, hay en alguna parte (en las terrazas de Villaggio Del Cinema, en las colas o en las filas de butacas de la conferencia de prensa) una conversación apasionada sobre la película y sus actores. Entre estos destaca Luis Garrel, el hijo del director, que se habituó a actuar bajo la dirección de su padre. También Mónica Bellucci brilla en un papel central que parece adorar especialmente. Un été brûlant viene de otra época y de un modo diferente de hacer cine. El propio director reconoce que hace películas en nombre del arte y que se preocupa poco del interés del público. Lo mismo se aplica al motivo cinematográfico de esta película, a su título un tanto improvisado (¿a partir de otra película?) y a su relectura de un clásico venerado por el director: El desprecio, de Jean-Luc Godard.

Philippe Garrel experimenta sin cesar y su inconformismo no es aceptado fácilmente. Cabe destacar que, a pesar de larguísimos períodos de ensayo con los actores (casi 2 años), el rodaje se desarrolló luego a toda velocidad. Las escenas que se encuentran en la película corresponden a una única toma. Posiblemente no es el mejor modo de trabajar con Mónica Bellucci, que a menudo se vuelca en el afecto y pocas veces consigue una interpretación adecuada, mejor compensada esta vez con los otros actores. En cualquier caso, no es ese el interés de la película.

Un Été Brûlant, un ejercicio de estilo coproducido entre Francia, Suiza e Italia, hunde al espectador en una reflexión sobre el Arte en general, y en particular sobre la pintura como forma de vida. “Yo podría hacer esto toda mi vida”, afirma el personaje de Paul (Jérôme Robart) al evocar la vida cotidiana de Frédéric, que él compara con la ociosidad de las vacaciones. “Dedícate a eso entonces”, le responde este último. Pero no todos llevan un alma de artista dentro y el modo de vida de Frédéric tiene un precio: el del amor falso, al que se aferra como un parásito. Privado de este estímulo, este joven zozobra y lleva a pique a todo el mundo que lo rodea. Paul y su compañera, después de esto, no logran retomar el camino de la vida real.

(Traducción del francés)

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