Amarás al prójimo
por Bénédicte Prot
- Más allá del tabú de la homosexualidad en el seno de la Iglesia a través del tormento de un cura, Margorzata Szumowska filma un mordaz retrato de una pequeña comunidad provincial polaca.
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tráiler
entrevista: Malgorzata Szumowska
ficha de la película], de la polaca Malgorzata Szumowska, como una película que se enfrenta sin ambages al tabú de la homosexualidad en el seno de la Iglesia. No cabe duda de que muchos retendrán ese argumento, que corresponde, en efecto, a la intención de la directora, visto lo visto en el epílogo que escogió para poner el broche a su cinta. Sin embargo, este retrato del tormento de un cura de provincia que se entrega a su fe y a los jóvenes delincuentes de que se ocupa y que experimenta sentimientos confusos que trata de reprimir destila mucho más que un simple olor a escándalo.
Podría verse, por ejemplo, como un retrato contemporáneo de una pequeña comunidad provincial de Polonia. En el "agujero infecto" en que se desarrolla la acción, los habitantes no recurren más que al alcohol y a las faltas de conducta para anestesiar el aburrimiento, errores irreprimibles que tratan de corregirse mediante la religión y el trabajo manual. La escena de apertura es, en este sentido, muy reveladora: vemos los juegos estúpidos y crueles en que las bestias del padre Adam pasan la mayor parte de su tiempo. Es verano y verlos medio desnudos comportándose como primates (que el cura y su pupilo predilecto experimentan en su forma más poética en una escena tierna y divertida en la que vociferan como dos gorilas en la bruma de un campo de maíz) nos impacta por lo primitivo de su existencia. La religión ejerce de bote salvavidas para esa chispa de humanidad, civilización y respeto, y Adam despliega la dulzura y la comprensión de un guía que no juzga.
El aspecto más interesante, y también el más conmovedor, de la película, es el personaje de Andrzej Chyra, de ojos límpidos como el mar y de una bondad inefable que desprende una pureza en su manera de evolucionar entre los jóvenes que no choca con su lucha de cada día (y de cada noche de insomnio) contra los deseos del hombre, sean los que fueren: su naturaleza no es evidente al principio, dado que entre sus prohibiciones también figuran los cigarrillos y el alcohol. La aparición del tema de la homosexualidad no hace sino complicar el combate diario de Adam: imaginamos mejor su tormento, el oprobio añadido que experimenta. Cuando divierte a sus protegidos al aconsejarles correr una hora al día para evitar tentaciones, nos sentimos emocionados por la forma en que se obliga a sí mismo a respetar esta disciplina, que constituye una pasión en el sentido bíblico del término.
Las relaciones especiales que entabla con algunos de sus compañeros durante un tórrido verano que se sobrelleva gracias a los baños en el lago (aquí el agua confiere inocencia al “pecado” más que un lavado) dificultan y quiebran cada vez más su diálogo con la fe, a imagen de esa noche desesperada en la que se emborracha y baila con un retrato de Karol Wojtyła. Lo que está en juego esa noche es el núcleo del conflicto: no se trata de una cuestión de sexualidad, sino de algo más sensible. Cuando todo salta por los aires y Adam lo confiesa todo a su hermana, le surge una última pregunta: “¿Y tú? ¿Tienes a alguien a quien tomar entre tus brazos?".
(Traducción del francés)