20/03/2014 - La directora serbo-chipriota Iva Radivojevic confecciona un elaborado retrato, a la vez íntimo y social, de la situación muy a menudo ignorada de Chipre

Hay muchos lugares que resultan ser más desconocidos de lo que parecen. ¿Puede un país suponer el punto de encuentro entre Europa, Asia y África y, aún así, no ocupar muchos titulares en los periódicos del mundo? Chipre, la isla en pleno Mediterráneo, cumple estos requisitos. El crisol cultural, étnico, político, social y humano que le da forma, quizá es algo que conocen solo quienes forman parte de él. La directora debutante serbo-chipriota Iva Radivojevic es una de esas personas, y utiliza su tenue, calma y suave mirada para transportar al espectador a una realidad casi desconocida. Evaporating Borders [+lee también:
tráiler
ficha de la película], la cinta en la que lo hace, se estrenó en el Festival de Rotterdam, y continúa su recorrido por festivales de todo el mundo con la reciente aparición en el estadounidense SXSW y en el Thessaloniki Film Festival.

Radivojevic, afincada ahora en Nueva York, observa desde muy de cerca la realidad de la que formó parte. A través de las ventanas, los marcos sin puerta y demás huecos en las construcciones, Evaporating Borders cuela la mirada hacia Chipre. En la isla confluyen los inmigrantes desde los que llegan de la desintegrada y dolorida Península Balcánica, como la propia directora, hasta los que lo hacen desde el siempre herido Oriente Próximo. Frontera incluso en sí misma (su capital, Nicosia, es la única dividida de Europa), la isla es hogar de una estruendoso conflicto social, entre las comunidades turca y griega, y todas las que las rodean. Para tratar el problema, Radivojevic se acerca con tacto al tráfico de personas, al rechazo gubernamental de los inmigrantes o a las ideologías ultraderechistas (mostrando un choque de manifestaciones de activistas antifascistas y el ELAM, la organización hermana del Amanecer Dorado griego).

La idea de Evaporating Borders (coproducida por la chipriota Lea Est Mundi) es la de mostrar la inmigración como una parte más de la naturaleza; los humanos se mueven casi de la misma manera que los flamencos que migran al cambiar la estación. Su propia naturaleza es, sin embargo, más cercana a la intimidad que a la denuncia social. A través de sus cinco capítulos de imágenes reposadas, honestas y sencillas, el relato de Radivojevic consigue trascender a la dimensión más reflexiva, e incluso lírica, de un asunto en la que la mayoría de las veces no hay lugar para sutilezas.