CANNES 2014 Quincena de los Realizadores / Reino Unido
Catch Me Daddy: el paroxismo del realismo social británico
por Bénédicte Prot
- CANNES 2014: Daniel Wolfe compite por la Cámara de Oro con un relato de lo más cruel en el que un padre amable se vuelve un tirano borracho a la caza de su propia hija
Nunca antes la nueva generación del realismo social británico había presentado una obra tan aterradora como el primer largometraje del director de videoclips musicales Daniel Wolfe, Catch Me Daddy [+lee también:
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entrevista: Daniel Wolfe
ficha de la película], proyectada en la Quincena de los Realizadores. La cinta, coescrita junto con su hermano Matthew, tiene algo de quintaesencia: como en The Selfish Giant [+lee también:
crítica
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entrevista: Clio Barnard
entrevista: Clio Barnard
ficha de la película], de Clio Barnard, presentada el año pasado en esta misma sección del festival de Cannes, la película de Wolfe adquiere la forma de un relato trágico (guiado por una voz en off que hace las veces de narrador) y reúne elementos que ilustran tanto la inmensa belleza y la delicadeza de los sentimientos humanos como sus paisajes más siniestros (nos encontramos aquí en los "moors" infinitos y desnudos de Yorkshire, cuya desolación el film no hace más que acentuar), en los que aparece una inhumanidad que se acerca a lo inconcebible.
Con un acento nórdico, escocés más concretamente (en el caso del personaje de Aaron, uno de los jóvenes enamorados que protagonizan el film), que hace pensar inmediatamente en el cine social del otro lado del canal de la Mancha, la película, truculenta como la más truculenta de las obras de Mike Leigh, toma también prestado de Guy Ritchie su manera de reunir una galería de personajes patibularios (tan variada que a veces cuesta seguir el hilo) y a Ben Wheatley en torno a una violencia expeditiva, barnizada por una música también característica de la producción cinematográfica británica.
La voz en off y los diálogos no dejan ninguna duda: a imagen y semejanza de las mezclas de gin, codeína, drogas y otros brebajes variados, los personajes de la cinta (por mucho que en el cine social made in Britain de hace veinte años hasta al punky más incurable le resultaba imposible negarse a una buena taza de té), la receta no promete nada bueno. Para la pequeña pareja que se convierte en el epicentro de los acontecimientos de la película (Aaron, desempleado que vive en una caravana, y Laila, que no consigue liberarse de su padre pakistaní), las cosas solo pueden acabar mal.
Sin embargo, más allá de sus vidas marginales, grises y agobiantes, Aaron y Laila emocionan cuando pasean, solos por el mundo, en los paisajes primitivos de Yorkshire, y cuando, con sus cabellos rosas al viento, la joven peluquera relata algunos recuerdos de infancia, de aquellos tiempos en que su padre le daba sermones tiernos. Pero, tras una presentación un tanto confusa, los hechos trágicos se suceden en cadena y acaban convirtiendo a los enamorados en el blanco de una despiadada caza al hombre por la noche después de que el padre de Laila lance tras su busca a Zaheer y sus hombres de confianza, acompañados por un grupo de blancos agresivos, malhechores y colocados hasta las cejas.
Ahí reside toda la crueldad de Catch Me Daddy: en la yuxtaposición de los aspectos más encantadores de la humanidad y de las situaciones más odiosas e impensables. Los primeros, fugaces, transpiran en los encuentros de la joven pareja tanto como, por ejemplo, en la escena del vendedor de batidos, o en la que vemos a uno de los hombres del padre de Laila abrazar a un hermoso bebé rosáceo (como lo hizo, sin duda, el mismo padre de la fugitiva, años antes de ir a la caza de la carne de su carne). Los segundos permean toda la película se acumulan hasta culminar en un cierre de la historia que quita la respiración.
(Traducción del francés)
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