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SAN SEBASTIÁN 2014 Competición

La isla mínima: En tierra hostil

por 

- La investigación de un crimen intenta ser el retrato febril de una época turbia y violenta. Rodada con esmero, precisión y medios, compite en San Sebastián

La isla mínima: En tierra hostil
Jesús Castro y Raúl Arévalo en La isla mínima

1980 fue decisivo para la historia de España, entonces un país machista, en crisis (como ahora) y revuelto: no sólo fue el año previo al golpe de estado de Tejero, sino que, con una democracia demasiado tierna, estaban colisionando dos mundos -uno nuevo, el otro añejo- que convivían malamente... y que seguirían haciéndolo durante mucho tiempo. En ese marco temporal Alberto Rodríguez ha situado la trama policial de La isla mínima [+lee también:
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, su sexta película, escrita junto a su compañero habitual en las faenas de guión: Rafael Cobos, que ya firmó con él los de Grupo 7 [+lee también:
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El argumento nos presenta el lugar donde transcurrirá la acción: las marismas del río Guadalquivir, un enclave único, húmedo y cenagoso, donde se cultiva arroz en un terruño surcado por caminos, aguas y barcas; una planicie que, desde muy alto, puede parecer un rompecabezas, un puzzle, un universo magnético donde las aves y los humanos comparten espacio en igualdad de condiciones. Esos planos aéreos, rodados gracias al uso de drones y retocados digitalmente, sirven de signos de puntuación en el relato y muestran la misteriosa belleza de un paisaje que, usando el tópico cinematográfico, se convierte en un personaje más, o incluso en un estado de ánimo, que bulle durante toda la película.

Allí han desaparecido dos adolescentes durante la celebración de las fiestas locales. Dos policías son destinados, desde Madrid, para encargarse del caso. Uno, más joven, es idealista/renovador y va a ser padre pronto. El otro, de la vieja escuela y vividor, guarda secretos que no conviene desvelar. Son, pues, lo que el género nos ha mostrado mil veces: dos hombres complejos que jamás serían amigos o compañeros si no les obligase una misión y la orden de sus superiores. Y tendrán que compartir mucho más de lo que imaginan tras unas pesquisas que les llevarán a cuestionarse sus creencias, métodos y principios. Porque las fronteras entre lo legal y lo delictivo son más fáciles de cruzar de lo que uno piensa, sobre todo cuando se trata de encontrar a un asesino en serie.

Efectivamente, como habrá pensado el lector de estas líneas, La isla mínima recuerda a ese cine sureño norteamericano que tantas veces hemos gozado. También, por su atmósfera malsana, a David Fincher y a la teleserie True detective. Incluso a David Lynch en el retrato de un microcosmos agobiante, con unas presencias inquietantes y con la desaparición de jóvenes, apuntando a sus cercanos y vecinos como sospechosos. Todo ello enfatiza la retorcida atmósfera que recorre la película, donde la corrupción, la dominación y la desconfianza dominan por encima de esa supuesta democracia que debía traer aires renovadores a un país que, en lugares tan aislados, seguía anclado en los cuarenta años de oscuridad previos.

Rodríguez da muestras, como hizo en su exitosa Grupo 7, de una gran soltura a la hora de rodar ágiles escenas de acción en una orografía difícil. En cambio, a sus personajes les falta empatía: aunque lo que se nos cuenta resulta tremendo, no logra emocionar como debería. Tampoco el reparto ayuda: la pareja protagonista Javier Gutiérrez/Raúl Arévalo carece de suficiente turbiedad para  transmitir esas corrientes subterráneas que, se supone, sacuden a dichos caracteres.

 

Aún así, La isla mínima se perfila como una de las grandes apuestas del cine español esta temporada, pues cuenta con el apoyo promocional del grupo mediático al que pertenece Atresmedia Cine, coproductora de la cinta junto a Atípica Films y Sacromonte Films.

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