31/10/2017 - El documental suizo-kosovar explora un aspecto particular de la relación entre historia y arquitectura

¿Puede un hombre o una casa encarnar el espíritu de un país? ¿Puede capturar ese espíritu un documental? Estas son dos de las preguntas que plantea Batusha's House [+lee también:
tráiler
ficha de la película], un largometraje documental dirigido por los jóvenes arquitectos Tino Glimmann y Jan Gollob y proyectado en la Competición de Europa Central y del Este de la 24ª edición del Festival de Cine Astra (16-22 de octubre, Sibiu). 

Durante los primeros minutos del film, vemos a un cartero que se acerca a una casa en Pristina. Filmado desde lejos, el edificio parece una fotaleza, y comparado con otros de la zona, es un verdadero rascacielos. Es la casa de Kadri Batusha, un hombre que pasó años en la cárcel por luchar por la independencia de Kosovo y que luego emigró a Suiza. Lleva 15 años añadiendo elementos a la casa: siempre está planificando una nueva planta, una nueva ala o nuevas plazas de aparcamiento. ¿Estamos ante el trabajo de un loco o ante el esfuerzo de un hombre desesperado por sentir que pertenece a algún lugar? 

Desde un punto de vista arquitectónico, la casa es una pesadilla, a medio camino entre las litografías imposibles de Escher y el multipremiado Monument Valley, que muchos aficionados a los juegos de smartphone conocerán bien. Pero dejando a un lado los aspectos arquitectónicos, este laberinto de hormigón quiere ser, ante todo, un hogar. En un estado con limitado reconocimiento internacional, Batusha lucha contra la sensación de impermanencia a través de este mamotreto. Nunca lo expresa con palabras, pero en su mente, este mastodonte arquitectónico funciona como pisapapeles gigante, protegiendo el huidizo espíritu de Kosovo de los vientos siempre cambiantes del mundo de la política. Puede que a nosotros nos valga un souvenir de París para tener la sensación de que el escritorio está ordenado, pero Kosovo necesita algo como la casa de Batusha.

A veces, el documental no parece haber sido dirigido por Glimmann y Gollob, sino por el extraño Batusha. Puede haber sido por la falta de experiencia de estos dos jóvenes directores, pero también puede haber sido una decisión deliberada, pues la anárquica pasión de Batusha por la construcción y su pasado encajan a la perfección con la turbulenta historia de Kosovo. A través de su protagonista, el documental explora décadas de lucha por un sueño, décadas de decisiones difíciles. A través de su casa, la película analiza la ingobernable sociedad de Kosovo. A través de los toques horteras de la decoración, explora el espíritu de la comunidad kosovar, que se manifiesta en esos kosovares exiliados que alquilan coches caros antes de volver al país durante los meses de verano con el único objetivo de buscar esposa.

Aparte de las entrevistas con un taciturno y casi malhumorado Batusha y con los miembros de su familia, el documental emplea voz en off para abordar los conceptos del hogar y del sentido de pertenencia. Puede que estos temas resulten poco familiares para la mayoría de los espectadores, y ciertamente abren un camino hacia la comprensión de la psicología y el trauma de ser kosovar. En este sentido, la elección de Batusha es poco menos que perfecta, pues su trayectoria, de cocinero de kebabs a activista político, de presidiario a defensor de la libertad, de inmigrante a constructor, implica una lucha cuyas reglas cambian sin cesar. En una escena, Batusha visita a amigos y parientes en Suiza, prometiendo alojamiento en su casa a los que decidan volver al país: de esta manera vuelve a cambiar su modo de luchar por el futuro de Kosovo.

El documental fue producido por los dos directores y coproducido por Ikonë Studio (Kosovo).

(Traducción del inglés)