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GÖTEBORG 2018

Namme: una mirada exquisita al conflicto entre tradición y modernidad

por 

- La oda a la forma de vida antigua que pronuncia Zaza Khalvashi ensalza la belleza de los campos de Georgia

Namme: una mirada exquisita al conflicto entre tradición y modernidad
Mariska Diasamidze en Namme

Tras su estreno mundial en la competición del festival internacional de cine de Tokio, es ahora la sección Five Continents de Gotemburgo la que acoge, a poco más de un mes de que viaje a competir al festival de Sofía, la película de Zaza Khalvashi titulada Namme [+lee también:
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: una historia de crecimiento personal bastante familiar que, a mitad de camino, ofrece un giro casi mágico, que resulta, gracias también a la excelente fotografía de Georgi Shvelidze y Mamuka Chkhikvadze, en una obra atractiva y preciosa.

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En un pueblo en las montañas de Georgia, el anciano curandero Ali (Aleko Abishadze) cuenta con un manantial de la salud. Los misteriosos rituales de Ali y la presencia de una criatura en sus aguas ensalzan su poder sanador. Pronto descubrimos que Ali tiene tres hijos, cada cual decidido a emprender su propio camino lejos del manantial, y una hija, Namme (excelente Mariska Diasamidze, cuya mirada severa y su afilado rostro recuerdan a una joven Anamaria Marinca). Ali ve como lo más natural del mundo que Namme siga sus pasos como curandera del pueblo. Para Namme, sin embargo, no es ninguna obviedad.

Como historia de crecimiento humano y como oda al campo, Namme se presenta de manera muy familiar, compartiendo elementos con otras producciones cercanas y similares como Zhaleika [+lee también:
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, de Eliza Petkova, y Anishoara [+lee también:
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, de Ana-Felicia Scutelnicu. Todas ellas comparten un cierto naturalismo, una brecha generacional, la aparición rompedora y persuasoria de un hombre apuesto y el uso de actores aficionados; sin embargo, Khalvashi compensa todo eso al crear un mundo atrevido y personal que resulta tanto más atractivo cuando sabemos que no tardará en desaparecer.

Namme hará que el público joven medite sobre un dilema eterno: ¿marcarse el rumbo uno mismo o seguir el camino fijado por otros? Ambas elecciones tienen sus peligros y sus ventajas. Viendo el gélido y soleado paisaje georgiano en la pantalla, los espectadores de edad más avanzada tal vez recuerden ciertos pueblos de su infancia: una invitación a reflexionar sobre otro de los temas predilectos del guion, a saber, el paso del tiempo y cómo todo se ve alterado por él.

Khalvashi crea con gran destreza contrastes, para lo cual, además, se ve ayudado por la magnífica factura del film. Hay toda una variedad de símbolos, incluidos objetos decorativos con forma de pez, y el agua está omnipresente en la pantalla y en el oído, mediante los sonidos de la lluvia, de un río o de goteos. La música del agua, símbolo de lo puro y lo eterno, también contrasta con el sonido de la intrusiva y perversa industria: en una escena, la cámara se mueve desde las colinas nevadas hasta un complejo en construcción y el sonido pasa del río al atronador martilleo de las diferentes máquinas. No cuesta entender ni imaginar por qué vertiente se decanta el director. 

Namme es una producción de la georgiana BAFIS en coproducción con la lituana TremoraAlpha Violet gestiona sus ventas internacionales.

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(Traducción del inglés)

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