Crítica: Figlia mia
por Bénédicte Prot
- BERLÍN 2018: Laura Bispuri regresa después de Vergine giurata a la competición por el Oso de Oro de la Berlinale con otra película tan sensible como inteligente, sobre una hija entre dos madres
Los hechos de que la italiana Laura Bispuri ya compitiera por el Oso de Oro con su ópera prima, la notable Vergine giurata [+lee también:
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ficha de la película], y que el Festival de Berlín la haya vuelto a invitar este año para participar en la competición con Figlia mia [+lee también:
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ficha de la película] son elocuentes. Bispuri conjuga guiones tremendamente finos y precisos con una puesta en escena de lo más sensual a la vez que pudorosa, desprendiendo así un cine que resulta al cabo de tan solo dos largometrajes reconocible, potente y lleno de frescura.
Su último trabajo vuelve a contarnos, en un contexto rural junto al mar que sirve ya no como telón de fondo arcaico sino como elemento de comunidad y sencillez, la historia de una hija y de su relación con uno de sus progenitores… o con dos, al tratarse de dos madres: una adoptiva (encarnada, como mandan los cánones, por Valeria Golino), Tina, prototipo de la mamma italiana, y la madre de sangre, Angelica (Alba Rohrwacher), que vive cotidianamente rodeada por los animales de su granja. La pequeña Vittoria descubre su existencia al principio de la película, en unos páramos áridos no muy lejos del pueblo. Poco a poco, como la llegada de Angelica a su vida aportará confusamente una respuesta a los sentimientos de diferencia que la perturban desde siempre, la chiquilla pelirroja teje en secreto con la nueva mujer un vínculo instintivo que la fusional Tina verá como una amenaza.
Bispuri abraza las fluctuaciones sin acabar de dar una respuesta definitiva, desplegando así a lo largo de la cinta una búsqueda por la identificación de Victoria y una rivalidad ambigua, doblada por una extraña complicidad, entre estas dos figuras maternas que viven y aman de formas tan distintas, hasta un impactante sacrificio por parte de la “verdadera” madre que no deja de recordar el desenlace del juicio de Salomón (y que contrasta con un acto, por parte de la más protectora de las dos, extremadamente violento, que expone a la chiquilla al peor de los traumas, con la intención de desacreditar a la otra como el tipo de mujer que no ha de verse como madre) y subraya bien la complejidad del personaje de Angelica. Este personaje absolutamente formidable por su libertad total (que da lugar a réplicas demoledoras de simple sinceridad y hasta de buen juicio: "¿¡Por qué tener miedo del vacío si no es nada!?”) y por su singular manera de dar amor, igualmente incondicional (“Este amor no se toca”, tararea a menudo) para seres humanos o animales y también salvaje, permite a la directora explorar la naturaleza del amor mismo y su relación, extrañamente persistente, con el sentimiento de posesión. A este respecto, cabe señalar que el dinero, cuya presencia es insistente en la película, es siempre, fundamentalmente, la menor de las preocupaciones de los personajes.
La exquisita sensibilidad de Figlia mia y su riqueza en el guion destacan perfectamente con la fotografía de Vladan Radovic, que nos deleita con sus juegos de texturas, ensalzando el ardiente decorado sardo, y con el empleo temático del lugar, con mención especial para el estrecho agujero de la "necrópolis" donde Vittoria renacerá.
Figlia mia es una producción de las italianas Vivo Film y Colorado Film en coproducción con la suiza Bord Cadre Films y la alemana Match Factory Productions. La detentora de sus derechos es The Match Factory.
(Traducción del francés)
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