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BERLINALE 2018 Competición

Crítica: Mug

por 

- BERLÍN 2018: La deliciosa Małgorzata Szumowska evoca las esclerosis de la sociedad polaca con la historia de un joven que pierde su rostro al caer en el cuerpo de Cristo

Crítica: Mug

Al término de esta edición, un tanto decepcionante, del festival de Berlín, esperábamos si cabe con mayor impaciencia el regreso a la competición por el Oso de Oro de Małgorzata Szumowska con Mug [+lee también:
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, ambas premiadas, la segunda con el Oso de Plata a la mejor dirección). La espera mereció la pena. La excelente cineasta polaca brinda aquí una obra abierta y humana en torno a una premisa genial (la idea de un personaje que pierde, literalmente, la cara) y en un contexto tan ordinario como alocado (una pequeña ciudad de provincias que se prepara para erigir una estatua de Cristo “más grande que la de Río" inspirándose en el Cristo Rey de 33 metros construido diez años atrás en Świebodzin) con una seguridad que ya desde el título, de una sola palabra [mug, tazón], da a entender que los grandes efectos brillarán por su ausencia a pesar de la amplitud de los temas propuestos.

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El relato funciona como una polifonía en la que la voz principal es la más silenciosa, mientras que a su alrededor se despliegan varios motivos: las cabezas de cerdo como elemento que sugiere la brutalidad fundamental de este microcosmos (a lo William Golding) y el gregarismo de esta comunidad esclerotizada (hasta el cirujano antepone la voluntad divina a sus competencias médicas) pero poseedora de una inquietante propensión a la exaltación (por la fe, por las rebajas o por la televisión). En el seno de este universo, conocemos a Jacek (Mateusz Kościukiewicz), un amable rebelde de largos cabellos y aficionado a Metalllica que ilumina la pantalla cuando se ve las caras con su novia, aun en mitad de la más sórdida de las fiestas matrimoniales comunales.

Cómo será el golpe a nuestro afecto por Jacek cuando, de repente, en la obra de construcción de la estatua sagrada, el joven cae en el cuerpo de Cristo. Su rostro queda desfigurado y debe sufrir el primer transplante facial de Europa, lo que no dejará de ser motivo de orgullo para los lugareños. Otra cosa es que la comunidad esté dispuesta a ayudar a pagarse la operación a Jacek, que además del rostro ha perdido la palabra y ahora no se expresa más que a través de borborigmos. Como Frankenstein o El hombre elefante, Jacek hará frente a todo tipo de rechazo: los niños se burlan, la novia desaparece, la madre cree que su hijo está poseído por el demonio. Solo su hermana sigue en contacto con su esencia, que el espectador reconoce rápidamente por la luz que lo habita y deja entrever su humanidad, manifestada a través de su humor (muy presente a lo largo del metraje, con puntos sobresalientes de la mano de las escenas de confesión con el cura), y su dulzura. A pesar de ser la víctima clara, a pesar de los gestos y las huidas de los demás, nunca lo vemos quejarse de su suerte.

A través de este personaje mudo, Szumowska invoca esa mirada a la vez sagaz y tierna que la caracteriza, una mirada que ve claro pero no juzga. Este enfoque dulce y sin clamor inunda el deleite de cada escena y cada plano, tan cuidados como atentos: nada se nos espeta desde el principio, el sentido de cada encuadre y de la película misma se dibuja poco a poco, amablemente, sin forzar, abriéndose hacia el horizonte, el mismo horizonte que abraza ese gran Cristo con sus brazos en lo alto de su colina, con la cabeza girada a la derecha, como un divino agente de circulación con una corona dorada y resplandeciente bajo el sol.

Mug es una producción de la varsoviana Nowhere. La francesa Memento Films International gestiona sus ventas internacionales.

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(Traducción del francés)

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