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GIJÓN 2018

Crítica: La felicidad de los perros

por 

- David Hernández debuta en la dirección con este retrato del deambular de un hombre en crisis vital, rodado -en blanco y negro- a lo largo de tres años en localizaciones de Galicia y Madrid

Crítica: La felicidad de los perros
Fran Paredes en La felicidad de los perros

En la sección competitiva Rellumes del 56º Festival Internacional de Cine de Gijón se ha estrenado La felicidad de los perros [+lee también:
tráiler
ficha de la película
]
, ópera prima del hasta la fecha director de fotografía y realizador de cortometrajes David Hernández y protagonizada por Fran Paredes, secundado por Deborah Vukusic, Santi Prego e Isabel Naveira. Con guion del propio cineasta gallego, escrito junto a Toni Bascoy, se trata de un film absolutamente independiente, que no ha contado con ningún tipo de apoyo institucional/televisivo o subvención. La necesidad de auto financiación y subsistencia ha prolongado el rodaje -realizado de forma cronológica- durante tres años, debido a las filmaciones llevadas a cabo únicamente durante los fines de semana y con el proceso de montaje simultáneo, lo cual, a veces, ha facilitado el control del material obtenido, corrigiendo errores sobre la marcha, aunque, según ha declarado el propio Hernández, espera contar con más medios en futuros proyectos cinematográficos.

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El film se abre con unas imágenes que aluden directamente a su título: un can disfruta correteando por una playa, jugando con las olas y recogiendo un palo que alguien le lanza continuamente. Es la plasmación del gozo natural y simple, de la libertad sin ataduras. En cambio, el protagonista de la película, César, está amarrado a una vida que le esclaviza: una familia, el desempleo y la sociedad que no le permite avanzar, progresar y realizarse. Por eso, un día decide huir...

Ahí empieza la odisea, fotografiada en blanco y negro por Neira, de un hombre sin futuro, que se aferra a un pasado irrecuperable y escapa de un presente que no le estimula. Su inmersión hacia la desesperación y desaparición será paulatina, con paradas en la ciudad de Zamora y la capital española, donde encontrará a personas en situaciones similares a la suya. Entre medias, oiremos de fondo los ladridos de otro perro, también atado como César, que anhela correr libre en una playa, como el que aparece al principio del film.

La felicidad de los perros, con un montaje que enfatiza sus prolongados cortes a negro, consigue transmitir la desazón, la crisis de identidad y el sin rumbo de su protagonista, pero el conjunto -en exceso pesimista, áspero y duro- se acaba contagiando de su apatía, estancándose demasiado en la segunda mitad de su metraje, con el peligro de provocar el desinterés del público hacia las decisiones erráticas de su protagonista, cuyo descontento se puede confundir con cobardía y conformismo (se escuchan líneas de diálogo como “Así es la vida” y “¡Es lo que hay!”). Ciertamente, siguiendo la estela de cineastas a los que Hernández admira, como Ozu, Dreyer y Bresson, se ha optado por la sobriedad narrativa y la contención formal que plasman este mundo desesperanzado, grisáceo y carente de oportunidades, que acaba anulando al ser humano.   

La felicidad de los perros -que iba a titularse inicialmente La niebla (el espectador comprobará por qué)- es una producción de Adarme Visual. Tras su paso por el certamen asturiano, se podrá ver en la octava edición del festival Márgenes.

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