Crítica: Lucky One
por Jan Lumholdt
- La intrigante nueva película de Mia Engberg es un experimento sobre crimen, oscuridad, luz y amor
“Imagina… Estás en silencio en una habitación oscura, solo… Escuchas tu respiración. Cuando cuente tres, te olvidarás de todo lo que hay fuera. No tengas miedo, no estás solo… Eres amado…por mí”
La voz en off de Mia Engberg, en sueco o con acento francés, resulta familiar en Lucky One [+lee también:
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entrevista: Mia Engberg
ficha de la película], que acaba de estrenarse en el Festival de Cine de Gotemburgo, donde compite por el Dragon Award a Mejor película nórdica. Su voz se oyó por última vez hace seis años en Belleville Baby [+lee también:
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ficha de la película], un poético retrato del encuentro entre dos antiguos amantes, que tiene lugar por teléfono o a través de la lectura de diarios personales; grabado en 8 y 16 mm, y con la cámara de un teléfono móvil. “Baby” (que toma el nombre de un gato) ha asistido a varios festivales y cosechado premios (a veces, curiosamente, a Mejor documental). Su obra experimental comparte ADN estilístico con la “Rive gauche” de la Nouvelle vague, y nombres como Chris Marker y Marguerite Duras. Podría haber encajado mejor la etiqueta flexible de “película ensayo” —o por qué no—, el género favorito de Duras, la “autoficción”.
Esta vez, la directora-escritora-narradora-protagonista Engberg presenta su primer largometraje de ficción, que otra vez contiene un toque de “quizás”. Lucky One (que toma el nombre de un hámster) vuelve a reunir al teléfono a la pareja formada por la sueca “Mia” y el francés Vincent. Ella está preparando una historia y él, incapaz de dejar la vida criminal, trabaja como conductor y cómplice de un gángster de París. Ella le resume su guión (“¿La historia es sobre mí?”, pregunta él y ella responde: “Sí, quizás”), y le sugiere que la ayude. A él se le han “adjudicado” dos personajes femeninos jóvenes que se encuentran en circunstancias completamente diferentes: una hija adolescente a quien debe cuidar mientras su madre está en el extranjero y una joven ucraniana recién llegada, de forma ilegal, para integrarse a la red de prostitutas del gángster. Mientras presenciamos la conversación telefónica, surgen varios dilemas, algunos de ellos morales.
La francófila Engberg explora con cariño el entorno cultural seguida de cerca por la Engberg formalista progresiva. Su París no se parece nada al de las postales sino que se acerca más al de El odio, de Mathieu Kassovitz, o a una película francesa policíaca de los años 50. Las maravillosas imágenes de Daniel Takács y el sonido, delicado y con ritmo de jazz que acentúa la sensualidad del ambiente, de Michel Wenzer, dan la sensación de que la película se desarrolla al atardecer.
Las elecciones estilísticas también afectan a la estructura: la cámara se acerca al edificio desde donde se oye la conversación, pero en lugar de centrarse en los personajes que conversan, la imagen se centra en la fachada. Los actores aparecen en pocos planos generales, uno o dos planos medios y nunca en primer plano. Hay algunos planos de habitaciones vacías, de ventanas y del cielo. A veces, la pantalla aparece a oscuras.
El experimentalismo de Engberg no es oscuro ni tampoco pide permanecer inmóvil, sino todo lo contrario. Amablemente guiados por su voz en off, nosotros, como Vincent, nos sentimos cautivados por el resto del viaje. Además, aparece el “Pie Jesu” de Gabriel Fauré, que ilumina la pantalla gloriosa y literalmente con tonos impresionistas. En tan buena compañía, es imposible sentirse solo (ni amado).
Lucky One ha sido producida por Story AB (Suecia).
(Traducción del inglés)