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KARLOVY VARY 2019 East of the West

Crítica: A Certain Kind of Silence

por 

- El primer largometraje del checo Michal Hogenauer sugiere de manera aséptica una perversa historia sobre la familia y la manipulación (y quizá algo más)

Crítica: A Certain Kind of Silence
Eliska Krenková en A Certain Kind of Silence

Si el hecho de emigrar e instalarse en la casa de una familia desconocida para trabajar de au-pair puede ser ya de por sí terrorífico, el debutante checo Michal Hogenauer lo convierte en una pesadilla extraña y desconcertante en su largometraje A Certain Kind of Silence [+lee también:
tráiler
entrevista: Michal Hogenauer
ficha de la película
]
. La cinta, estrenada a nivel mundial en la sección East of the West del 54° Festival de Karlovy Vary, parte de una experiencia habitual para muchas de nuestras jóvenes (son, sobre todo, mujeres) para poner en escena un perverso, aséptico y minimalista relato sobre el poder de la manipulación y la perversión.

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El espectador se adentra en esta familia siguiendo a Micha (una sugerente Eliska Krenková), una joven checa que llega a una ciudad europea sin determinar en un ferry en el que, en una llamativa escena, los coches sobre la cubierta emiten un ensordecedor frenesí de alarmas mientras se muestra el título de la película, “una cierta especie de silencio”. Precisamente en la dualidad contraria a esta escena se extienden las ideas de Hogenauer: mientras no se escucha más que el silencio tienen lugar hechos descabellados, si bien fuera de plano al principio, de manera más presente conforme avanza el metraje de la película.

De hecho, a Micha se le priva de su libertad prácticamente al llegar a su nuevo hogar, cuando la madre (Monic Hendrickx) decide que debe cambiar su nombre por el de Mia. El padre (Roeland Fernhout), mientras están todos sentados a la mesa preparados para desayunar, mira el reloj para esperar a que sea la hora en punto para empezar a comer. El hijo, Sebastian (Jacob Jutte), se mantiene estoico, observando a su nueva cuidadora, a quien inicialmente no destina más que miradas de indiferencia. Esta frialdad retratada en las escenas cristaliza en líneas de diálogo como “amor significa cero” al hablar sobre la puntuación en el tenis o “una familia no es una democracia”, que le espeta el padre a la joven checa.

La acumulación de pistas que nos hacen dilucidar que no hay nada sano (ni legal) tras esta situación se canaliza desde el principio de la película en una línea narrativa alterna que retrata un interrogatorio de la policía a una Mia ligeramente diferente, como abducida por la frialdad e incluso el look estético de la familia. Mia intenta dar explicaciones sobre hasta qué punto ha estado involucrada en ciertos sucesos que tardan en verse en la pantalla, pero que acaban golpeando al espectador. Este voluntario silencio en la narración es el que incluso guarda para los créditos de la película, una vez finalizado su metraje, el origen (demasiado real) de todo lo que se ve en la pantalla, que no conviene mencionar para respetar la idea de sus creadores.

Las elecciones estéticas de Hogenauer, que confían en la fotografía grisácea y los encuadres geométricos de Gregg Telussa, la estoicidad en las interpretaciones y el minimalismo en la exposición, crean un resultado de cierto impacto, pero al que quizá le hubiera venido mejor un mayor desarrollo en sus ideas que pudiese conseguir que el todo fuese más que la suma de sus partes. Tristemente, se podría decir que A Certain Kind of Silence, claramente deudora del cine del desconcierto como el de Michael Haneke, Yorgos Lanthimos o Ulrich Seidl, carece de una personalidad propia que hubiera hecho que despuntase como debería.

A Certain Kind of Silence es una producción entre la República Checa (Negativ Film), Países Bajos (Circe Films) y Letonia (Tasse Film), que aún está en busca de agente de ventas.

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