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TORONTO 2019 Discovery

Crítica: ZANA

por 

- El primer largometraje de Antoneta Kastrati es un homenaje a las víctimas desconocidas de una guerra que empezó hace 20 años pero que continúa atormentando en silencio a toda una generación

Crítica: ZANA
Adriana Matoshi en ZANA

La guionista y directora kosovar afincada en Los Ángeles, Antoneta Kastrati, superviviente de la guerra de 1999, ha dirigido una serie de documentales de relevancia social sobre la sociedad de posguerra en Kosovo, junto a su hermana, Sevdije Kastrati. Su primer largometraje, ZANA [+lee también:
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, acaba de estrenarse en la sección Discovery del 44º Festival Internacional de Cine de Toronto.  

Diez años después de la guerra, en un pequeño pueblo del oeste de Kosovo, Lume (Adriana Matoshi) vive con su marido, Ilir (Astrit Kabashi), y su suegra, Remzije (Fatmire Sahiti). Lume está experimentando fuertes terrores nocturnos y se siente presionada por quedarse embarazada. Además, su suegra la amenaza con “reemplazarla” por otra chica más joven y entusiasta. Lume, que ha experimentado el rechazo durante toda su vida, se ve obligada a alejarse de la medicina moderna para buscar la ayuda de curanderos locales y telepredicadores famosos que prometen curar su infertilidad. Durante ese proceso y mientras intenta concebir, los traumas de posguerra de Lume salen a la luz y su familia empezará a cuestionar su estado psicológico y mental.

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La actriz emergente Adriana Matoshi (The Marriage [+lee también:
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) capta la esencia de ZANA a través de una interpretación poderosa y sutil, que transforma la historia personal de una mujer en una historia universal. Lume parece haber sido abandonada por todo el mundo, mientras lucha para superar sus traumas; nadie es capaz de apoyarla ni de empatizar con sus emociones, ni siquiera su madre. El hecho de no buscar ayuda para superar las experiencias pasadas que siguen bloqueando su vida hace que la consideren “ineficiente” para cumplir con su único deber. Mientras tanto, las exigencias de los demás se acumulan sobre ella.

El rostro de Lume representa a toda una generación de víctimas invisibles de una guerra que cumple este año su 20º aniversario. A través de un drama social realista sobre una sociedad kosovar casi desconocida, la heroína representa a las personas que sufrieron trastorno de estrés postraumático y que tuvieron que enfrentar su dolor en silencio.

La historia está contada desde la perspectiva de Lume, y mientras uno espera ver presión y ansiedad constantes, ella parece enfrentarse a una explosión física y mental: permanece tranquila y callada, como si observara de lejos los acontecimientos de su vida. En lugar de entrar en conflicto, obedece, y en lugar de rebelarse contra la injusticia, susurra. El delicado balance entre su sufrimiento interno y externo desaparecerá cuando los curanderos y predicadores entren en escena, alterando su estado mental para siempre.

Kastrati, que escribió el guión junto a Casey Cooper Johnson, trató el mundo místico en el documental Seeking Magic y el cortometraje Kofja e Zbrazet, que podría considerarse precursor de ZANA, ya que explora un tema similar. La directora no condena a este mundo por completo, ya que indirectamente se exorciza a sí misma y a su hermana de su historia personal con la guerra, que se mezcla con fuertes elementos de drama social para ser presentada al público. A través de la perspectiva de Sevdije Kastrati, la experiencia se vuelve más inmersiva, y casi elegíaca, mientras observamos los pasos de Lume. ZANA es un debut emotivo y tierno, que combina la sensibilidad de la maternidad con la brutalidad de la guerra en un país que todavía está poseído por los espíritus del pasado.

ZANA es una coproducción entre Kosovo y Albania, llevada a cabo por Casey Cooper Johnson, de Crossing Bridges Films, Sevdije Kastrati, Dritan Huqi (On Film Production) y Miguel Govea y Brett Walker (Alief).

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(Traducción del inglés)

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