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NAMUR 2020

Crítica: El Pequeño Vampiro

por 

- Joann Sfar adapta su propio cómic de culto para ofrecer un entretenimiento divertido, tierno y audaz, repleto de personajes entrañables, a todos los públicos

Crítica: El Pequeño Vampiro

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ficha de la película
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, la nueva película de animación de Joann Sfar, fue seleccionada en Annecy y premiada por la Fondation Gan. Ahora se proyecta en el Festival Internacional de Cine Francófono de Namur, antes de su estreno en cines el 28 de octubre en Francia (distribuida por StudioCanal) y en Bélgica (distribuida por Anga).

Autor de cómics, ilustrador, novelista y director: Sfar es un hombre polifacético. En Petit Vampire, adaptación de la primera entrega de las aventuras del héroe homónimo, que se publicó en 1999 y vendió más de 320.000 ejemplares, el director se dirige tanto a sus jóvenes lectores como a sus padres, que lo siguen a través de diferentes medios.  

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Petit Vampire se aburre. Tiene diez años desde hace trescientos años y quiere ir al colegio para hacer amigos. Michel es huérfano, tiene problemas de conducta en el colegio y se siente cómodo en el entrañable universo de su compañero inmortal. La amistad entre los dos chicos es instantánea pero el terrorífico Gibbous, una criatura sobrenatural con cabeza de luna que ha jurado destruir a la tranquila comunidad de inmortales, pone varios obstáculos en su camino.

Las aventuras del joven inmortal se suceden a un ritmo constante, gracias a la temeridad y malicia del héroe, pero también a una galería de personajes muy conseguidos que rivalizan en buenos diálogos y reacciones divertidas. Petit Vampire y su amigo Michel, amigos en la vida y, sobre todo, en la muerte, encuentran el uno en el otro lo necesario para curar sus heridas. Petit Vampire, por motivos evidentes (“Hace 300 años que tengo 10 años, me aburro”); y Michel, huérfano, encuentra un grupo de amigos que no lo mira con compasión y le permite sentirse (relativamente) normal.  

Aunque los personajes son muy divertidos, sobre todo Fantomate, el bulldog irascible, encantador y con un irresistible acento marsellés; y Marguerite, una especie de Frankenstein romántica que llora cuando los malos pierden en las películas, se distinguen por sus defectos. Son almas en busca de amor, golpeadas por la vida —y la muerte—, que hacen todo lo posible por encontrar su camino con los medios que tienen a su disposición; incluido el malo, Gibbous, a quien no le han enseñado que el amor no se puede forzar.

La película no resulta aburrida en ningún momento gracias al ingenio y a la riqueza del universo creado por Sfar, y a una dirección artística muy conseguida. En particular, destaca la belleza de los paisajes donde han encallado los barcos fantasmas de los dos protagonistas, una región luminosa y vibrante que evoca con delicadeza y cierta nostalgia un sur de Francia de fantasía, una ciudad portuaria de calles adoquinadas. Una idea muy bien ilustrada, como un cuadro sin marco, que ve a los pequeños inmortales perseguirse de lienzo en lienzo, de universo en universo. Sin olvidar la preciosa declaración de amor a las películas de terror de los años 60, a través del cine club que organizan Petit Vampire y sus amigos.

Las interpretaciones están a la altura de su tono impertinente y despreocupado, liderado por un divertido trío compuesto por Jean-Paul Rouve, Camille Cottin y Alex Lutz.

El Pequeño Vampiro ha sido producida por Autochenille Productions, la compañía del director, StudioCanal y France 3 Cinéma, así como las compañías belgas Panache Productions y La Compagnie Cinématographique.

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(Traducción del francés)

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