19/09/2022 - El director argentino Diego Lerman vuelve con un retrato vibrante y honesto de la vida en un instituto de un barrio marginal de Buenos Aires

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Desde el principio de la película nos queda claro que Lucio, nuestro protagonista, es un hombre en crisis. Vemos como sale desnudo de su cama, observa desde su ventana la inmensidad de Buenos Aires y desplaza a duras penas su cuerpo hacia la ducha, preparándose para un nuevo día con escasas motivaciones. Lucio es un escritor que no escribe, un hombre recientemente separado que gestiona como puede la frustración del fin de su relación y que se esfuerza por educar a su hija intentando que el drama de la separación de sus padres le afecte lo menos posible. Con este panorama no nos extraña que el hombre necesite encontrar razones que le impulsen a llevar adelante su existencia con ilusión renovada. Este nuevo estímulo lo encuentra en el instituto de un barrio marginal en el que empieza a ejercer de profesor de literatura de un grupo de chavales. Pronto vemos que la situación del centro está lejos de ser idílica, los jóvenes hacen frente a un entorno violento y parecen no tener mucha confianza en que la escuela pueda ayudarles a mejorar su precaria situación.

Con una cámara en continuo movimiento, que se acerca a los personajes para no perder detalle de los efectos que las tormentas que atraviesan producen en sus cuerpos y sus rostros, la película nos sumerge pronto en un mundo gris y amenazante, iluminado solo a ratos por la fuerza de los seres humanos que lo transitan. Y pocas llamas iluminan tanto como la que desprende El Chileno, apodo por el que todos conocen al padre de Lucio, un hombre que no sucumbe al desaliento y que saca adelante un comedor comunitario en el mismo barrio en el que su hijo desempeña su labor docente. Inmediatamente vemos que nada de lo que hacen es fácil, la pobreza crónica que asola el lugar es el caldo de cultivo perfecto para mafias que se nutren de la precariedad, alimentando una espiral de destrucción de la que parecería imposible escapar.

Las cualidades de El suplente son múltiples. Es fundamental destacar su honestidad y su capacidad para retratar sin maniqueísmos y huyendo del tremendismo una realidad tan dura como real. Para ello es fundamental la forma en que todos los personajes se nos presentan, la empatía y el respeto por todos los seres humanos que pueblan la cinta traspasa la pantalla. A través de diálogos chispeantes y nada artificiosos, interpretados a la perfección por todo el reparto, nos introducimos en las dinámicas de un instituto en el que hay violencia y graves problemas. Pero también hay un compromiso real con la comunidad y un sentimiento de hermandad entre los jóvenes, que muchas veces encuentran en el aula la comprensión y la confianza que se les niega fuera.

El equilibrio entre el retrato íntimo de cada uno de los personajes y la descripción global de un barrio y una ciudad está perfectamente logrado. Los momentos en los que el drama humano requiere de una mirada cercana y tierna se engarzan sin ningún problema con secuencias en las que la adrenalina impulsa el metraje, con escenas de acción tan emocionantes como carentes de falso efectismo.

Mención especial merece el monumental trabajo de Juan Minujín en la piel de Lucio, que se apoya en un siempre brillante Alfredo Castro (que da vida a El Chileno) para regalarnos una interpretación difícil de olvidar.

El suplente es una coproducción entre Argentina (Campo Cine), España (Arcadia Motion Pictures), Italia (Vivo Film), México (Esperanto Kino) y Francia (Bellota Films). Las ventas internacionales corren a cargo de Urban Sales.