Crítica: Inland
por Elena Lazic
- El joven director Fridtjof Ryder firma una atmosférica ópera prima que es a la vez inquietante y sorprendentemente cálida

Partiendo de la tradición británica del realismo social, Inland [+lee también:
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Nuestra conexión directa con esta ópera prima atmosférica es un joven cuyo nombre desconocemos (Rory Alexander), pero de quien sí se nos presenta su perspectiva subjetiva. Sin embargo, dicha perspectiva pronto se revela extraña incluso para él, deformada por recuerdos, deseos y traumas tan misteriosos que dan miedo. Primero lo vemos saliendo de un hospital psiquiátrico, uno de los pocos marcadores del mundo real que tiene la película; pero cuando se sumerge en la rutina del taller donde trabaja con la figura paternal Dunleavy (Mark Rylance), esa realidad pronto se oscurece por el funcionamiento de su propia imaginación.
Inland da la impresión de estar flotando, como si tus pies nunca tocaran el suelo; parece llevar consigo miedos y penas que parecen mucho más íntimos y verdaderos que la realidad real. El aspecto general de la película no está muy alejado del realismo social británico, ni tampoco las interpretaciones del pequeño reparto, pero la realidad descrita es bastante desagradable, incluso decepcionante. Los vuelos de fantasía del joven son más inspiradores, apasionados y gratificantes, aunque lo lleven a estados de desesperación total.
Poco a poco comprendemos que la fuente de su trauma es su madre, que desapareció hace años pero que era una extraña mucho antes de eso. Imágenes del bosque en Gloucestershire o el verde brillante que emerge de la oscuridad total son acompañados por una áspera voz femenina, que cuenta historias apenas coherentes sobre criaturas del bosque y habla de manera críptica pero severa de lo que ella y su hijo deben hacer. Estas palabras todavía persiguen al joven, que pronto empieza a ver ecos y reflexiones de su madre a su alrededor. En el burdel local, no ve mujeres, sino estatuas de alabastro que flotan en un vacío negro que recuerda nada menos que a Twin Peaks, de David Lynch. Una de ellas parece hablarle como si fuera su madre, y él se siente frustrado en sus intentos por obtener respuestas de ella.
Las composiciones expresivas pero nunca resueltas de la película, la edición impresionista y con buen ritmo de Joe Walton y Lincoln Witter, y la absorbente cinematografía de Ravi Doubleday evocan de manera experta el torbellino interno del protagonista principal, sus corrientes lo hunden cada vez más en un estado de completa desconexión con la realidad. Pero lo que distingue a Inland es la presencia dentro de su mundo de ese elemento tan inesperado: la esperanza. La interpretación cálida y expresiva de Mark Rylance como Dunleavy es similar a su trabajo en otros títulos recientes, pero aquí adquiere un significado completamente nuevo. Dentro del contexto monótono de la vida cotidiana, donde es tentador dejar que hasta las obsesiones más oscuras te atrapen, Dunleavy presenta una alternativa inesperada y conmovedora. En lugar de actuar como si todo fuese normal en torno al joven, Dunleavy acepta que tiene problemas. En lugar de enfadarse, le dice que él también conoce el dolor que está sintiendo. Y en lugar de ofrecer falsas garantías, le muestra que hay una manera de vivir con eso. Una vez fuera, ese dolor que parecía tan personal e íntimo de repente parece mucho menos intimidante. Encontrar conexiones no con los recuerdos, sino con las personas, ahora parece posible. En un instante, parece que merece la pena permanecer en la realidad y en el momento presente.
Inland ha sido producida por Black Twist Films de Reino Unido. Wide Management gestiona las ventas internacionales.
(Traducción del inglés)
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