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SEVILLA 2022

Crítica: Inmotep

por 

- Julián Génisson demuestra en esta comedia alucinada que es un mago de la hipnosis, un creador inimitable y un cronista insólito de la perturbadora realidad que nos ha tocado vivir

Crítica: Inmotep
Luis García Luque en Inmotep

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es una comedia de intriga sobre las inmobiliarias y las imágenes de stock que se almacenan en los servidores de Internet. Es bueno empezar por el principio, dejar las cosas claras y no poner paños calientes: la película de Julián Génisson, estrenada en la sección Las Nuevas Olas del 19° Festival de Sevilla, es una cosa muy rara. Y es rara porque es poco común, es difícil de comparar a cualquier otra película y no imita los gestos de nadie para ser original. La de Génisson es una rareza que no entiende de poses o imposturas. No quiere hacerse el especial para llamar la atención, para resultar más inteligente, sensible o astuto que nadie. Y por eso, conviene también dejarlo claro, su cine es imprescindible.

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La experiencia de Inmotep dura poco más de una hora. Desde la primera imagen el espectador entiende que no está ante una película cualquiera. Al principio una cámara se mueve descontrolada por las estancias de un edificio en ruinas, una voz mecánica relata al mismo tiempo una teoría filosófica sobre el cerebro, su percepción del espacio y la manera en la que ésta condiciona de forma absoluta la forma en la que entendemos nuestro entorno y nos relacionamos con él. Poco después conocemos a Marc, un tipo que vive en la ciudad gris y desquiciada que es Madrid en 2022. El joven se dedica a recoger señores con traje en el aeropuerto para llevarlos en coche al destino que mejor les convenga. Basta una inocente interacción con un empleado de Inmotep, la misteriosa inmobiliaria que también sirve de título a la película, para que la vida de Marc dé un vuelco y se sumerja en una intriga de dimensiones cósmicas.

Sin diálogos convencionales, con una música electrónica de efectos alucinatorios sonando constantemente y basándose en imágenes aparentemente anodinas, incluso anticinematográficas por momentos, Génisson se las apaña para construir un artefacto hipnótico. Las emociones que Inmotep provoca son muchas y muy desconcertantes. El director es un experto a la hora de enlazar conceptos y sensaciones aparentemente irreconciliables. Así es completamente normal pasar de sentir cierta excitación viendo a dos jóvenes amantes disfrutar de su primer encuentro sexual a, inmediatamente después, estar apretando los dientes con grima escuchando cómo uno de ellos estira todas sus extremidades haciéndolas crujir. En Inmotep también aparecen reflexiones de aparente profundidad capaces de arrojar luz sobre los misterios más insondables de nuestra existencia camufladas en vídeos de estética cutre de YouTube. Son solo ejemplos, pero que ilustran la extraña capacidad de Génisson para dar forma a una propuesta salvajemente única valiéndose de elementos que resultarían simples, cotidianos, anodinos, inútiles y carentes de interés en manos de cualquier otro creador sin su talento.

Es evidente que la propuesta de Inmotep demanda un esfuerzo a sus espectadores, y también es probable que resulte demasiado exigente para algunos. Ahora bien, la maestría con la que Génisson se ha empapado de la asfixiante cotidianidad de una ciudad como Madrid para crear un relato fantástico-costumbrista insólito garantiza la aparición de un nutrido grupo de adeptos, que encontrarán en Inmotep una nueva obsesión, un flotador al que agarrarse para seguir a flote en este naufragio multitudinario en el que se han convertido las primeras décadas del siglo XXI.

Inmotep es una producción de Apellaniz y De Sosa y Tasio.

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