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BLACK NIGHTS 2022 Competición

Crítica: Solo queda la danza

por 

- La amistad se impregna de envidia (y demasiado alcohol) en el torpe melodrama sobre bailarinas de Dana Nechushtan

Crítica: Solo queda la danza
Elaine Meijerink en Solo queda la danza

Sea cual sea tu opinión sobre Darren Aronofsky, lo cierto es que el director estadounidense dejó claro su punto de vista con Cisne negro (2010), una historia entretenida, exagerada y parodiada en muchas ocasiones, sobre dos mujeres que compiten por el mismo papel hasta acabar perdiendo la cabeza. Aquel enfrentamiento de tutús ya lo tenía todo, sin embargo, siguen llegando historias similares. En Solo queda la danza [+lee también:
tráiler
entrevista: Dana Nechushtan
entrevista: Yannick Jozefzoon
ficha de la película
]
, de Dana Nechushtan, estrenada en la competición oficial del Festival Black Nights de Tallin, la bailarina estrella recurre a la cocaína. A fin de cuentas, estamos en los años 70.

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La película de Nechushtan no va tan lejos en su locura como la protagonizada por Natalie Portman, probablemente porque está inspirada en la historia real de una bailarina cuya carrera se vio frustrada por las drogas, el alcohol y el exceso de presión. Sin embargo, aquella problemática bailarina holandesa murió a los 30 años. Por su parte, a pesar de alargarse demasiado, la película se centra en mujeres muy jóvenes. Si el ascenso ya es apresurado, la caída es tan rápida que resulta difícil empatizar.

Dana Nechushtan puede ser una directora poco sutil: cuando su guapísima protagonista (Roos Englebert) empieza a moverse al ritmo de una canción de Janis Joplin, miembro del famoso “Club de los 27”, su destino es fácil de predecir. Lo más interesante llega cuando las cosas se complican por culpa de los celos. Su amiga, Irma (Elaine Meijerink), quiere lo que tiene Olga: talento y carisma. “Ella es la estrella, tiene la magia”, escucha repetidamente por parte de los demás, y no se lo toma demasiado bien. En ese sentido, la película recuerda a Amadeus, a medida que una persona se da cuenta de que todo el trabajo del mundo no es suficiente cuando te enfrentas al talento natural.

Sin embargo, la Olga de Englebert no es exactamente el genio primitivo de Tom Hulce. No es que no “merezca” el éxito, ya que también ha trabajado para conseguirlo. Es solo que… le resulta más fácil. Cuando Irma estalla: “¿Podemos no hablar de Olga por una vez?”, su reacción puede significar muchas cosas. Irma también anhela la atención, no quiere limitarse a ser solo un apoyo. Cuando las cosas se tuercen hacia un territorio más oscuro, la joven debería sentirse mal por su amiga. En cambio, parece estar disfrutando de la tragedia.

Meijerink y Englebert ofrecen un trabajo solvente, aunque no tienen suficiente tiempo para mostrar los cambios dramáticos en las vidas de sus personajes. En el caso de Olga, no deja de ser un enigma, ya que nunca se explica el origen de su trauma y sus comportamientos autodestructivos. Tal vez simplemente ansía la libertad, tras haber crecido bajo la presión de unos padres controladores pero cariñosos. O tal vez haya algo más, pero nunca lo sabremos.

Se trata de una historia que parece demasiado familiar, y a la vez demasiado anticuada, como si alguien intentara comunicarse con niños sin ser capaz de encontrar un lenguaje que pudieran entender. Hay referencias al suicidio, a los trastornos alimenticios y largas secuencias de baile, pero la historia tiene la profundidad de un videoclip: es lo suficientemente llamativa y hace lo que se supone que debe hacer, pero también resulta un tanto sentimental y ridícula. Cisne Negro también lo era, pero demostraba una intensidad retorcida, de la que lamentablemente carece esta película.

Solo queda la danza es una producción de Topkapi Films. Beta Cinema se encarga de las ventas internacionales.

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(Traducción del inglés)

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