Crítica: Drift
por David Katz
- Cynthia Erivo ofrece una poderosa interpretación en el papel de una migrante liberiana en una isla griega paradisiaca en el minimalista drama de Anthony Chen
A pesar del hastío con el que son recibidas a veces las películas sobre causas sociales contemporáneas, no podemos ignorar el impacto y cambio real que pueden llegar a provocar, especialmente cuando tienen la suerte de llegar en el momento adecuado. Por ejemplo, el reconocimiento que obtuvo A Short Film about Killing, de Kieślowski, motivó cambios políticos a nivel nacional sobre la pena capital, y aunque se descubrió que el papel de Rosetta a la hora de consolidar las leyes sobre trabajo juvenil no fue más que una creencia popular, sigue siendo un ejemplo característico del modo en que los Dardenne pretenden estimular a sus espectadores para que abandonen la apatía y reaccionen visceralmente ante las injusticias que describen.
En el tercer largometraje del director singapurense Anthony Chen, Drift, hay un llamamiento similar a la responsabilidad social. Esta esperada producción internacional, estrenada en Sundance, supone un salto importante para el director, después de que sus dos primeros largometrajes se estrenaran con éxito en Cannes (Ilo Ilo, ganadora de la Cámara de Oro) y Toronto. Chen evita reducir el vasto flujo de refugiados procedentes de zonas de conflicto a simples estadísticas, renunciando también al sensacionalismo de las coberturas mediáticas. Por el contrario, se centra en una única figura: Jacqueline, interpretada por Cynthia Erivo, una liberiana en busca de salvación en una isla griega anónima. La actriz nominada al Óscar ofrece un trabajo descarnado que recorre una amplia gama de emociones humanas, incluida cierta alegría, a pesar de su difícil situación. Al profundizar en su fracturada vida interior, marcada por el trastorno de estrés postraumático, Chen nos exhorta a empatizar y a preocuparnos, mientras los países privilegiados ponen cada vez más límites a los inmigrantes e instauran crueles políticas de deportación.
Lo que también distingue al personaje de Erivo de otras figuras centrales en historias recientes sobre refugiados es el estatus casi elitista de su vida pasada. Chen nos invita a proyectar en ella expectativas de pura miseria y desamparo, pero las experiencias del mundo real pocas veces coinciden con las generalizaciones. Jacqueline es la hija de un ministro de alto rango que trabajó para el gobierno de Charles Taylor en Liberia, cuando la segunda guerra civil que experimentó el país desde su independencia culminó en el violento derrocamiento de su gobierno (que también se había iniciado con un sangriento golpe de Estado). Tanto el viaje de Jacqueline al Mediterráneo como el destino final de su familia comienzan siendo una incógnita, mientras la vemos ganándose la vida entre ricos veraneantes blancos, vendiendo masajes en la playa para luego regresar llena de remordimientos a una casa improvisada que ha acondicionado en un bloque de pisos de hormigón abandonados.
Tras escabullirse de la policía local, haciéndose pasar por una periodista inglesa para disipar cualquier sospecha sobre su situación, la mujer se pasa el día siguiente deambulando por una tranquila zona de colinas en la isla, donde conoce a Callie (Alia Shawkat, en uno de sus mejores papeles no cómicos hasta la fecha), una guía turística estadounidense, también expatriada en el Mediterráneo, pero por razones totalmente diferentes y más voluntarias. Aunque resulte desconcertante (aquí se esconde el truco de la narrativa), Jacqueline se muestra poco dispuesta a pedir ayuda a las autoridades, que probablemente simpatizarían profundamente con su difícil situación. En su lugar, utiliza gradualmente a su nueva amiga para revelar la naturaleza exacta y el alcance de su trauma, aportando contexto a la inquietud magistralmente expresada por la actuación compleja y gestual de Erivo.
Con la ayuda de flashbacks sobre el deterioro de su vida en Liberia, las piezas de Drift empiezan a encajar, revelándose como un artefacto dramático descaradamente manipulador, despejando toda ambigüedad en favor de una claridad catártica. Tenemos la sensación de que Chen y su equipo han ejecutado su visión tal y como deseaban, pero para este largometraje de apenas 90 minutos de duración, el horizonte e impacto final parecen limitados al arco del viaje personal de Jacqueline, prefigurado por las huellas en la arena de la secuencia inicial, borradas gradualmente por la marea.
Drift es una coproducción entre Francia, Reino Unido y Grecia, producida por Paradise City, Cor Cordium, Edith’s Daughter y Giraffe Pictures. Memento International se encarga de las ventas internacionales.
(Traducción del inglés)