Crítica: Sica
por Júlia Olmo
- Carla Subirana construye una fábula profunda y emocionante cuya verdad procede de su narrativa mágica y a la vez real
“No hay ninguna forma real de lidiar con todo lo que perdemos”, escribió Joan Didion en las últimas páginas De donde soy, tras la muerte de su padre y luego de su madre. Nuestra vida se compone de lo vivido, pero también de lo imaginado y soñado, de lo deseado y anhelado, de lo que decimos y lo que callamos, de nuestros fantasmas y búsquedas, de las personas que amamos y están a nuestro lado y de las amadas y perdidas. A su manera, esto es lo que trata de contar Sica [+lee también:
tráiler
ficha de la película], la nueva película de la cineasta Carla Subirana (hasta ahora conocida como documentalista), proyectada en la sección oficial del 26° Festival de Málaga, tras su paso por la última edición de la Berlinale, en la sección Generation.
La película cuenta la historia de Sica (interpretada por la actriz no profesional Thais García), una niña de 14 años que acaba de perder a su padre en un naufragio en la Costa da Morte, en Galicia. A partir de ahí, Subirana narra una historia de duelos y búsquedas, el modo obstinado como Sica se enfrenta a esa pérdida, aferrándose a la posibilidad de vuelta de lo amado, al deseo de saber, y cómo esa pérdida condiciona la relación con la madre (Núria Prims), sus distintas maneras de afrontar la muerte. La hija, como es más propio de su edad, de manera ilusa y desesperada, es decir, sin entender muy bien qué le ha sucedido; la madre, de un modo más resignado, tratando de salir adelante. De forma velada, la película también habla sobre los secretos que hay en esa muerte, sobre el lado en sombras que hay en todos nosotros, como escribió Dickens y recuperó Javier Marías en Berta Isla, sobre el hecho de que “toda criatura humana está destinada a constituir un profundo secreto y misterio para todas las otras”.
Hay algo de la mirada documental de Subirana que está muy presente en Sica. Precisamente, de ahí procede una de las grandes virtudes de la película, de su verdad y sobriedad a la hora de mirar y filmar lo que nos rodea y nos habita. También del uso de los materiales del documental para hacer ficción. La cineasta recurre al poder alegórico y evocador de los sonidos y las imágenes de la naturaleza para crear una fábula llena de oscuridad y belleza. Hay cierta magia en esa forma de narrar, en ese juego con la realidad y la fantasía, en esa imagen del mar que recorre toda la película, el mar como símbolo de ese enigma que somos cada uno de nosotros, de esa imposibilidad de descifrar al otro, de lo que nunca alcanzamos a ver y a entender, de pérdida y búsqueda, de lo que nos hiere y a la vez nos atrapa, de lo que nos rompe y también nos devuelve a la vida.
Otro de los grandes aciertos de la película reside en su contención, en su forma de narrar desde la sugestión y la elipsis. Hay imágenes y silencios que logran expresar todo el dolor que contienen los personajes. También en la forma de encontrar su tono, a través de la mesura del ritmo y del tiempo que los hechos necesitan para ser contados, de menos a más, sabiendo cómo y cuándo ir de la oscuridad a la luz.
Sica es una película que logra lo que pretende ser. Una película sencilla, profunda y emocionante. Una fábula cuya verdad procede de esa narrativa mágica y a la vez tan cercana, de ese juego entre la fantasía y la realidad.
Sica esa una producción de las compañías Alba Sotorra Cinema Productions y Miramemira, cuyo estreno en España está previsto para el próximo 19 de mayo de la mano de A Contracorriente Films.
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