Crítica: Roberta
por Marta Bałaga
- El documental libre de juicios de la lituana Elena Kairytė demuestra que uno no puede crecer sin perderse a veces por el camino

Los tiempos cambian, hay quien dice que se han vuelto más difíciles, aunque, para nuestro sosiego, todavía quedan bastantes jóvenes desorientados. Esto no ocurre únicamente con los chicos, como muchos documentales recientes parecen indicar. Las chichas también necesitan su tiempo para equivocarse y tratar de averiguar quién son y qué quieren. Ya no son las responsables, ya no son por fin las Wendys de los Niños Perdidos de Peter Pan.
Aunque se trata de un cambio de paradigma positivo, podría parecer que ya hemos visto Roberta, sobre todo tras el lanzamiento de recientes éxitos como la ganadora del IDFA Apolonia, Apolonia [+lee también:
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ficha de la película] de Lea Glob. Por otro lado, no se llega a entender la obsesión de Elena Kairytė por la protagonista. El personaje que da nombre a la película, la cual fue proyectada en el programa The Changing Face of Europe de European Film Promotion en el Hot Docs, no parece encerrar ni la personalidad ni el talento que dejaría al espectador con la boca abierta. Se siente hastiada y agitada, esperando a que llegue algo que ni ella misma conoce. Y es precisamente gracias a esa inquietud de espíritu que encontramos algo curioso en ella. Ocurre cuando la vemos pasar de estar depresiva a mover la cabeza al ritmo de la música, de hacer de niñera a tatuar a un tipo en una habitación o, simplemente, cuando relata otro intento fallido de encontrar un trabajo estable. “Siento la boca amarga de tanto fracaso, aunque ahora sabe a café”.
Kairytė no se detiene demasiado a explicar la historia, al igual que Roberta tampoco da demasiados detalles sobre su vida. Sabemos que encuentra un trabajo en el extranjero y que sobrevive a una crisis capilar. No hay mucho más que añadir, únicamente que gracias a los constantes cambios de trabajo y de color de pelo nos damos cuenta del paso del tiempo y de que la protagonista podría estar en un nuevo lugar.
Este estilo permite que la historia se sienta a veces como un recuerdo fugaz, uno de esos casi olvidados, pero que te siguen haciendo sentir cosas. Mientras Roberta intenta seguir adelante (en un momento dado le descubre a un ignorante niño la historia de Los tres cerditos, esta vez hasta el cuello de deudas), Kairytė le concede su espacio, sin forzarla nunca a expresar lo que es obvio o a quejarse de su situación, probablemente porque Roberta nunca lo aceptaría, comenta ésta irónicamente sobre su “vida de vagabundo”.
Aun con todo, y de nuevo sin entrar en demasiados detalles, al final de la cinta se percibe una sensación real de cambio, aunque sería difícil explicar el porqué. Tal vez ese intento de “encontrarse a sí mismo”, expresado en forma de lloro cliché, esté más relacionado con aprender a conformarse y a encontrar la felicidad dentro de nosotros que a buscarla fuera. Por cierto, si durante el proceso tenéis que chamuscar vuestro pelo, hacedlo. Volverá a crecer.
Roberta ha sido producida por la lituana Baltic Productions.
(Traducción del inglés por Juan Ramón Parra)
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