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HOT DOCS 2023

Crítica: Una jauría llamada Ernesto

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- El mexicano Everardo González vuelve con otro documental sobre bandas y cárteles, pero centrándose en los niños, con un acercamiento inquietante, inmersivo y original

Crítica: Una jauría llamada Ernesto

Everardo González es conocido sobre todo por La libertad del diablo, de 2017, así como por otras películas sobre las brutales consecuencias de la guerra entre bandas y cárteles en América Latina. En su nuevo documental llamado Una jauría llamada Ernesto, que acaba de estrenarse a nivel mundial en Hot Docs, aborda un tema similar, pero desde una perspectiva que acaba resultando desconcertante y envolvente al mismo tiempo.

La perspectiva en cuestión hace referencia al tipo de imágenes que vemos, grabadas con iPhones que se conectan a dispositivos con forma de cola de escorpión que se colocan sobre las espaldas de los protagonistas, un grupo de gangsters adolescentes de Ciudad de México que se hacen llamar colectivamente "Ernesto". Estos dispositivos nos permiten seguirlos desde una distancia muy corta, pero con la particularidad de que solo vemos la parte posterior de sus cabezas y la cámara va de arriba abajo cuando se mueven, y como el enfoque es muy superficial, todo lo que hay delante de ellos se ve borroso. Con semejante montaje, resulta difícil diferenciar a unos de otros, pero en cierto modo, eso es lo que se pretende, que sus testimonios y acciones se fundan en una accidentada e incómoda experiencia colectiva.

Este punto de vista remite inevitablemente a los videojuegos de disparos en primera persona, que perfectamente pueden haber constituido también la fuente de inspiración de Elephant, de Gus van Sant. Sin embargo, los niños de México no necesitan recurrir a videojuegos o películas violentas como motivación para dedicarse a la delincuencia (no es que se haya demostrado nunca esta relación), ya que se trata de una realidad que forma parte de su día a día. En la película se puede identificar a tres individuos diferentes, ya que uno tiene tatuaje en el cuello, otro lleva gafas y otro se diferencia por su característico corte de pelo, respectivamente.

Sus historias, contadas a través de una voz en off, no sorprenden, teniendo en cuenta su entorno, pero algunos de los sucesos sí que resultan chocantes. González da forma a los personajes mediante una estructura fluida y claramente definida. Se empieza por la motivación: con tan solo nueve o diez años, ven que ocurren cosas en la calle que no pueden explicar, y eso despierta su curiosidad. Exploran y pronto se dan cuenta de que hay personas ricas y respetadas, a diferencia de sus padres pobres, y esto les embriaga.

Enseguida se meten de lleno en este mundo violento como novatos que tienen la oportunidad de ascender en el escalafón. Lo primero que harán será comprar armas, que a su vez suelen ser vendidas por la policía, que las obtiene del gobierno de EEUU —la gran mayoría de las armas en México proceden de su vecino del norte—. Al entrar en acción, descubren la adrenalina y la sensación de poder que conlleva matar a otro ser humano, así que muy pronto, esto se convierte en su nueva forma de ver las cosas, de manera que se vuelven fríos y sin emociones. Aun así, se trata de chavales que todavía no se han desarrollado del todo a nivel emocional, lo que sin duda les traerá graves problemas psicológicos, incluso a los pocos que consigan salir del círculo vicioso.

Al principio, la película resulta un tanto frustrante, ya que lo primero que el espectador piensa es que el dispositivo de filmación constituye simplemente una ingeniosa introducción a un documental más directo, por lo se acaba llevando un chasco al darse cuenta de que la perspectiva no cambia en ningún momento. Aun así, no tarda en sumergirse en este mundo, y la perspectiva le mantiene alerta. La historia va adquiriendo más coherencia y emoción mediante un proceso de montaje indudablemente complicado del que se encarga Paloma López Carrillo, que ha recopilado estos fragmentos en varios segmentos largos. Entre segmento y segmento, la pantalla se vuelve negra y solo permanece el diseño de sonido —hay una escena en la que, tras el relato de un tiroteo, se oyen gritos y sirenas de policía con la pantalla en negro.

La acción se ve verdaderamente impulsada por la cinética banda sonora, cargada de percusión y electrónica sucia, compuesta por tres jóvenes del barrio mexicano de Tepito, Haxah, Konk y Andrés Sánchez, que a su vez fueron quienes encontraron a los protagonistas y los equiparon con las colas de escorpión, aunque la fotografía se atribuye a la experimentada María Secco.

Una jauría llamada Ernesto es una coproducción entre las mexicanas Animal del luz films y Artegios, la suiza Bord Cadre Films, la británica Sovereign Films y la francesa Films Boutique Production. Films Boutique posee los derechos internacionales.

(Traducción del inglés)

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