Crítica: In Camera
por Elena Lazic
- El primer largometraje de Naqqash Khalid es una propuesta valiente a nivel formal y estructural que retrata perfectamente el caos y el componente absurdo de la Gran Bretaña actual

Con su ópera prima, In Camera [+lee también:
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ficha de la película], que ha sido estrenada este año en el Festival de Karlovy Vary, el director Naqqash Khalid, nacido en Manchester, reconoce que una historia o una estructura convencional no habría hecho justicia a la realidad totalmente desarticulada del Reino Unido de hoy en día. Los estilos de vida aparentemente normales se han vuelto, progresiva y casi imperceptiblemente, dependientes de absurdos mecanismos de explotación y control en los que unos pocos privilegiados pueden permitirse el lujo de construir narrativas artificiales pero reconfortantes para sus vidas, y todo ello a cambio del sufrimiento de los que no tienen nada, ya sea en el Reino Unido o en el extranjero.
En ambos casos, estas pobres almas son prácticamente invisibles, y así es como tratan a Aden (el brillante Nabhaan Rizwan). En una película más convencional se le habría concedido un empleo de servicios, pero Khalid va más allá y se aventura a adentrarse en un ámbito abstracto y existencial al hacer de Aden un actor. Esto le permite abordar cuestiones profundas de identidad y mismidad en el contexto de la interpretación, pero también en el del capitalismo deshumanizador. Aunque sigue prevaleciendo la idea de que la interpretación es una profesión glamurosa, la película muestra el lado más oscuro de este trabajo, uno mucho más frecuente, con sus castings impersonales, sus sueldos de risa y sus "papeles" poco estimulantes, si es que nos podemos referir al hecho de hacer un anuncio de dentífrico como interpretar un papel.
Para Aden, las situaciones de racismo sin motivo alguno también forman parte de esta experiencia. En una de las imágenes recurrentes más llamativas de la película se muestra cómo entra en una sala de espera llena de jóvenes morenos como él, todos vestidos exactamente igual, y todos yendo a por uno de los pocos papeles disponibles para ellos. Aunque este tipo de escenas tienen algo de surrealista, no son tan inverosímiles si uno se para a reflexionar sobre ello, y lo mismo ocurre con prácticamente todo lo demás en la película. La escasa variedad de papeles disponibles para la gente de color pone aún más de manifiesto tanto los absurdos clichés que siguen envenenando gran parte del cine y de la televisión como su total desconexión con la realidad. En varias ocasiones, la película pasa ingeniosamente del casting de Aden para un papel a la interpretación de la propia escena, con el actor y el director de casting en el lugar de rodaje y con el correspondiente vestuario, así como con un Aden que adopta los acentos y gestos exagerados que se ajustan a los estereotipos de la escena, pero no a quién él es en realidad.
Este es solo uno de los muchos ejemplos que reflejan la lúdica relación de la película con la estructura y el realismo, aunque Khalid no rompe las reglas porque sí; sus digresiones están más bien al servicio de una historia de intensa despersonalización. Los sentimientos de Aden sobre su propia vida siguen siendo un misterio hasta bien avanzada la película —aunque la inexpresividad de Rizwan da la impresión de la más profunda miseria, Aden no se derrumba ni tira la toalla—. El intenso malestar de Aden en la vida real es inquietante, pero también se presta a momentos desternillantes de humor siniestro a la par que absurdo.
Su comportamiento robótico a lo Patrick Bateman queda en evidencia con la llegada de un amigo de su compañero de piso que se queda en el apartamento durante unos días. Amir El-Masry interpreta a la perfección el papel de la persona con el comportamiento más convencional —y artificial— de la película, un diseñador de moda sin complejos que pide comida a domicilio con tanta frecuencia que parece más una elección de estilo de vida —una forma de señalar algo— que algo meramente práctico. Es la antítesis de Aden, especialmente en lo referente a su relación con el otro compañero de piso, atormentado a su vez por extrañas visiones que resultan fascinantes tanto si se capta plenamente su multiplicidad de significados al más puro estilo Kubrick como si simplemente se aprecian como otra manifestación de las ideas de la película sobre el consumismo, la mercantilización de los seres humanos y el dolor psíquico que ambos crean. In Camera es tanto entretenida y sugerente como irónica y sincera, pero también inquietantemente perversa; y al igual que Aden, es camaleónica. Y también como Aden —y como tú y yo— constituye una construcción fundamentalmente escurridiza y resbaladiza.
In Camera ha sido producida por las británicas Prettybird Ltd y Public Dreams Ltd. Las ventas internacionales corren a cargo de Together Films.
(Traducción del inglés)
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