Crítica: Les Enfants perdus
por Elena Lazic
- La directora belga Michèle Jacob encuentra una manera original de ilustrar los duraderos efectos del trauma infantil en su primer largometraje

Cuatro niños solos en una casa grande y un espeso bosque que los rodea y no tiene la intención de dejarles pasar, uno en el que los monstruos acechan y una oscura madriguera hace que todo aquel que mira en su interior pierda horas en una fracción de segundo. Esta es la carta de presentación de Les Enfants perdus [+lee también:
tráiler
entrevista: Michèle Jacob
ficha de la película], la ópera prima de ficción de la directora belga Michèle Jacob, una película que al principio puede parecer un sombrío cuento de hadas, una historia encantadoramente gótica ambientada en un mundo más mágico que el nuestro. Sin embargo, estrenada en la competición Proxima del Festival Internacional de Karlovy Vary de este año, se trata más bien de una película que establece sus propias reglas y su propia atmósfera, una combinación de realismo y horror que se basa en escalofriantes temores infantiles y ansiedades que paralizan, más que en fantasías alegóricas y escapistas.
Nada más despertarse en su gran casa de campo, Audrey (Iris Mirzabekiantz) y sus hermanos se dan cuenta de que su padre se ha ido sin dejar ninguna indicación sobre cuándo volvería. Esto no hace que se alarmen en absoluto, pues los niños deciden ponerse a jugar al escondite. Agazapada en el pasillo, Audrey se sobresalta de repente al oír la voz indistinta de un niño detrás de la pared. El juego se echa a perder, y el hermano de Audrey, Gilles (Louis Litt Magis), se muestra molesto con ella al ver lo "gallina" que está siendo, al tiempo que Alex (Liocha Mirzabekiantz), la mayor, asume inmediatamente un papel de cuidadora que será cada vez más importante a medida que los niños se vayan dando cuenta de que su padre no va a volver. Jacob, que también escribió la película, revela estupendamente las distintas personalidades de los niños a medida que interactúan entre sí y van actuando de una forma u otra para hacer frente a sus nuevas circunstancias. Al principio parece que lo de ver fenómenos sobrenaturales inexplicables es solo cosa de Audrey, pero todo se vuelve todavía más aterrador cuando los demás empiezan a verlos también. Alex y Gilles se dan cuenta de que no hay forma de salir del bosque al tiempo que el más frío de los hermanos, Yannick (Lohen Van Houtte), se mantiene inexpresivo incluso cuando su cuaderno revela más adelante que ha visto las mismas cosas que su hermana gemela Audrey.
Estos niños, a los que la directora decide no retratar ni como los pequeños adultos de las películas de Hollywood ni como los personajes felizmente inconscientes e ingenuos de obras más comerciales que van a lo seguro, se encuentran en un punto intermedio, es decir, en la etapa de transición hacia la adultez. El espectro de la edad adulta que se cierne sobre ellos queda patente con el hecho de que se ven obligados a cuidar de sí mismos: racionan su comida, se entretienen y cuidan unos a otros, y finalmente deciden tomar cartas en el asunto respecto a los sucesos inexplicables que les afectan a todos cada vez con más frecuencia. La adultez, tal y como se ven obligados a experimentarla, consiste en asumir responsabilidades, pero también en enfrentarse a sus miedos: escena tras escena, los niños tratan de armarse de valentía para hacer frente a cada visión inquietante. Si bien es cierto que, durante los primeros encuentros de este tipo, cierran los ojos y se tapan los oídos con todas sus fuerzas, acaban dejando de esconderse y enfrentándose a todos y cada uno de los misterios que los acechan una y otra vez.
La desestructuración de la familia al faltar ambos padres pinta aún más la edad adulta como un peso y un misterio terribles. Se trata de una historia verdaderamente intrigante, y Jacob logra consolidar un muy buen guion, de manera que el espectador no pierde el interés en ningún momento a medida que se acerca el momento de averiguar qué es lo que está ocurriendo realmente. ¿Es la película una representación alegórica del modo en que los hijos heredan los traumas de sus padres? En cierto modo sí, pero no es solo eso; esa es solo la parte más fácil de adivinar del misterio. La explicación completa reside en cierto modo en la ciencia ficción, pero Jacob, afortunadamente, mantiene el montaje lo bastante sencillo como para no desviar la atención de la franqueza emocional de la película en su conjunto. Lo que sí hace que pierda un poco de fuerza es el final, con algunas de las escenas finales que reiteran innecesariamente el mismo punto en exceso después de que lo que la situación implica haya quedado claro. No obstante, Les Enfants perdus no deja de ser una obra lograda e imaginativa en su conjunto, una obra que evoca la impotencia y el terror que se sienten en los momentos de transición de la infancia.
Les Enfants perdus ha sido producida por la belga Velvet Films.
(Traducción del inglés)
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