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KARLOVY VARY 2023 Competición

Crítica: Citizen Saint

por 

- La georgiana Tinatin Kajrishvili se aleja de su estilo anterior con una alegoría en blanco y negro que combina la religión y la superstición para conseguir un extraño e intrigante efecto

Crítica: Citizen Saint
Gia Burdjanadze, Mari Kitia y Temiko Tchitchinadze en Citizen Saint

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, sus anteriores películas, la cineasta georgiana Tinatin Kajrishvili exploró complejas relaciones interpersonales, a menudo mediante registros emocionales exacerbados. Su nueva película, Citizen Saint [+lee también:
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, que acaba de estrenarse a nivel mundial en competición en Karlovy Vary, representa una ruptura con este estilo, ya que constituye una historia alegórica ambientada en un mundo surrealista que se muestra, a la vez, como el mundo que sentimos que habitamos y como uno que toma cierta distancia con lo que conocemos.

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Rodada de manera sorprendente en un blanco y negro profundamente matizado por el director de fotografía búlgaro Krum Rodriguez, la película gira en torno a una mina georgiana y a la figura de un santo. Crucificada en un poste en forma de T en lugar de en una cruz tradicional, y encaramada a un pedestal, la estatua va vestida con el equipo minero completo, de manera que los mineros, antes de bajar a los túneles en su tosco tren, dan una vuelta a su alrededor en busca de bendiciones y suerte.

El primer personaje al que conocemos es Berdo (Levan Berikashvili), un hombre de mediana edad —rozando la vejez— que vive en una parte de una mina que se derrumbó hace diez años, un incidente que se cobró la vida de un grupo de mineros entre los que se encontraba su hijo. Berdo vive con un perro, pero con quien realmente convive día a día es con el fantasma, o sombra, del hijo —no aparece en la película, pero Berdo habla con él con frecuencia—. Su esposa (Lia Abuladze), la mujer emocionalmente devastada que se separó de él, va y viene como si de una aparición se tratara.

No tardamos mucho en conocer al resto de protagonistas, la mayoría de los cuales, como el santo, constituyen figuras arquetípicas más que personajes: el engreído guardia de seguridad (Gia Burdjanadze), el mezquino y autoritario director de la mina (Temiko Tchitchinadze) y la necesitada Mari (Mari Kitia), cuyo marido Vano (George Bochorishvili) perdió las piernas en ese mismo derrumbe. Ella quiere "comprar" un milagro a base de invertir en la construcción de un templo para el santo y en la restauración de la estatua.

Sin embargo, cuando la trasladan al museo para restaurarla, la figura desaparece de la noche a la mañana, de manera que solo queda la cruz. Ese mismo día, un joven (George Babluani) se presenta en el lugar. El hombre no habla y nadie sabe de dónde ha salido, pero empiezan a producirse milagros. El joven encuentra un camino a través del túnel excavado que permite a Berdo reencontrarse por fin con su hijo, y aparecen estigmas en sus manos. Todos están seguros —excepto los cínicos del director y el guardia de seguridad— de que su santo ha cobrado vida en la forma de ese joven. La mina se convierte en un lugar de peregrinación, con gente desesperada en busca de una bendición y todos, especialmente Mari, exigiendo sus servicios.

Escrita conjuntamente por Kajrishvili y Basa Janikashvili, la película constituye principalmente una alegoría. Abundan tanto los simbolismos cristianos como sus interpretaciones —ovejas, cabras, el acercamiento sensual de Mari al santo—, y todo ello con el telón de fondo de rocas desprovistas de vegetación, vías de tren y chimeneas industriales. Esto crea cierta distancia emocional: ante un milagro, los personajes manifiestan sus necesidades más básicas, creyendo amargamente que merecen más, en lugar de creer en el santo.

La mezcla de religión y superstición de la película se subraya a través del diseño de sonido y, en particular, a través de la dramática banda sonora de Tako Zhordania, que combina instrumentos antiguos, como el erhu de dos cuerdas y sonido áspero, con un coro ortodoxo. Lo que la película muestra es cómo la esperanza puede acabar convirtiéndose en algo terrible, y lo bajo que puede caer la gente para satisfacer deseos egoístas que no merecen.

Es difícil llegar a la catarsis que ha caracterizado a Kajrishvili en sus películas anteriores mediante un enfoque tan distanciado del de dichas películas. En la escena final, no obstante, llega a esa catarsis, aunque de un modo más intelectual que emocional. La película constituye un viaje extraño y, en ocasiones, alienante, en el que merece la pena embarcarse.

Citizen Saint es una coproducción entre las georgianas Artizm y Gemini, la francesa Mandra Films y la búlgara Chouchkov Brothers.

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(Traducción del inglés)

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