Crítica: The Martini Shot
- El drama existencial sobrenatural de Stephen Wallis es único en su especie, ya que habla de la creación, el arte, la vida, la muerte, la amistad y el amor, y lo hace a las mil maravillas...

Hoy en día, es prácticamente imposible encontrar una película tan pequeña con un corazón tan grande. The Martini Shot, que se ha estrenado a nivel mundial en la sección Irish Cinema del Galway Film Fleadh de este año, es la película sobre la vida, la muerte, el amor y el arte que Stephen Wallis ha conseguido crear a base de tacto, creatividad y sencillez.
The Martini Shot sigue a Steve (el veterano Matthew Modine), un director de cine enfermo que comienza a rodar lo que cree que será su último largometraje antes de morir. En su interpretación, Modine impregna su papel de ironía, sensibilidad, misterio y, en ocasiones, incluso arrogancia e imprudencia, de manera que logra crear un personaje misterioso a la par que agradable y cercano. Desde el principio, queda bastante claro que lo que muestran las imágenes no parece real ni refleja ningún tipo de dimensión espacio-temporal realista.
Por otro lado, Wallis no oculta la naturaleza fascinante y a la vez desconcertante de la propia película y abre el filme con un convincente monólogo en el que se muestra a Steve al borde de los acantilados de Moher, hablando de cómo la empatía y la ironía difieren en función de la distancia desde la que se filma al personaje. "La respuesta es sencilla: la verdad no existe, todo depende de la percepción, y el problema es que todos chocamos una y otra vez contra las paredes de estas ilusiones, con la esperanza de encontrar verdades que no existen y que nunca han existido", dice Modine a modo de desvelamiento de la piedra angular en torno a la que girará la historia.
La Irlanda rural es el grandioso escenario donde se desarrolla este viaje sobrenatural, y su impactante y etérea belleza se utiliza con el fin de convertirla en un "no-lugar" donde todo es posible y nada es —del todo— real. Dicho esto, se deja entrever el hecho de que Steve es perfectamente consciente del destino que pronto le aguarda, al que se refiere constantemente como "finalidad". El hecho de que la trama se centre en el sentido de la vida y en vivir los últimos días de la mejor manera posible justifica de sobra la elección de este término para referirse a la muerte.
Por el camino, Steve estará acompañado por una serie de personajes de lo más singulares. Cada uno de ellos le dará la oportunidad de explorar un tema en particular —o de simplemente rascar la superficie—, de reconsiderar su pasado y de hablar del futuro, sea lo que sea lo que eso signifique en el contexto de la película (quizá se trate de lo que hay después de la vida). Entre estos poderosos personajes destacan su hija Rose (Cat Hostick), sus actores favoritos Errol (Derek Jacobi) y Philip (Stuart Townsend) y su ayudante Mary (Fiona Glascott).
A medida que el tiempo se va agotando, Steve se topa una y otra vez con una joven y provocativa psicóloga (Morgana Robinson) y un enigmático médico (John Cleese), que se dedican a tratar de que Steve se replantee sus creencias.
En general, lo que mejor funciona en esta película es el amplio margen que se deja para múltiples interpretaciones debido a su estilo predominantemente fragmentado. Durante el visionado, el público puede sentirse desorientado al principio, pero una vez que comprende la intención principal de Wallis de llevarle a una dimensión de otro mundo (donde las cosas no se explican, pero los acontecimientos no dejan de transmitir sentimientos), puede optar por dejarse llevar y abrir su corazón al universo "filosófico" y onírico de Steve.
Por si fuera poco, Wallis ha reunido a un formidable elenco de actores para contar esta historia. Sus diálogos son brillantes y poéticos, por lo que si hubiera elegido a los intérpretes equivocados, habría corrido el riesgo de echarlo todo a perder. Por suerte, todos consiguen alcanzar el equilibrio adecuado entre abstracción, emoción e inteligibilidad. Desde el punto de vista técnico, la película de Wallis cuenta con una banda sonora instrumental de lo más relajante de Alain Mayrand, una paleta de colores tranquilizadora y llena de luz (por cortesía de Russ De Jong) y un montaje audaz (también de De Jong) que encaja a la perfección con el tono poco convencional de la historia.
The Martini Shot ha sido producida por la canadiense Indie Magic Studios y la irlandesa Babyjane Productions. Las ventas internacionales corren a cargo de la canadiense Double Dutch International.
(Traducción del inglés)
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