Crítica: Voyage au pôle Sud
- Luc Jacquet vuelve al continente helado, pero esta vez es un viaje personal lo que impulsa al cineasta a regresar

En 2005, el documentalista francés Luc Jacquet triunfó en la taquilla y en los Óscar con El viaje del emperador [+lee también:
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ficha de la película], que también marcó el inicio de la “pingüinomanía” en el cine. Jacquet volvió a centrarse en estos animales 12 años más tarde con L'Empereur [+lee también:
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ficha de la película], que no logró repetir el éxito de su predecesora. Dos años antes, el cineasta ya había regresado al continente natal de los pingüinos, la Antártida, para realizar un documental sobre el calentamiento global, La glace et le ciel [+lee también:
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ficha de la película], que recibió algunas críticas favorables, pero no causó demasiado revuelo.
Una vez más, Jacquet vuelve al continente que tanto le ha inspirado con Voyage au pôle Sud [+lee también:
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ficha de la película], pero su enfoque es un poco diferente en esta ocasión. La clave se encuentra en el título original en francés, Continent Magnétique, que hace referencia al propio cineasta y a su obsesión con el lugar. El documental se ha estrenado en la sección Piazza Grande de Locarno y probablemente atraerá la atención de otros festivales, tanto de documentales como generalistas.
En Voyage au pôle Sud, el viaje personal del cineasta comienza en el sur de la Patagonia, en el extremo meridional de los Andes, donde comenta los fenómenos naturales en toda su crudeza e impresionante belleza. Luego cruza a Tierra de Fuego, donde lanza un cebo a los espectadores que esperan ver más pingüinos mostrando imágenes entrañables de estas aves por primera vez, después de lo cual se sube a un barco y, tras una emocionante travesía a través de las aguas revueltas, llega al continente titular que no deja de atraerlo.
Como podemos suponer, no se trata del viaje físico, sino más bien del viaje interior que impulsa al cineasta a seguir regresando a este lugar, prácticamente inhabitable. De esta forma, Jacquet deja de lado los pingüinos, el hielo y el cielo para enfrentarse a sí mismo, en una cadena aparentemente interminable de pensamientos, reflexiones y observaciones que nos llegan mediante su propia narración en off. En ese aspecto, es posible que el cineasta no alcance las mismas cotas y profundidades filosóficas que Werner Herzog o Chris Marker, pero ofrece un trabajo solvente, manteniendo al espectador lo suficientemente interesado en sus intentos de convertir en palabras algo que no es tan fácil de expresar verbalmente.
Por suerte, las reflexiones de Jacquet cuentan con un telón de fondo sonoro y visual apropiado. La omnipresente banda sonora de Cyrille Aufort recorre los géneros neoclásicos, incorporando en el proceso diferentes influencias de varios géneros cinematográficos para aumentar la tensión y dictar la emoción. Puede que no sea nada sutil, pero es más que eficaz, y lo mismo podría decirse del diseño de sonido. Sin embargo, las imágenes son las principales estrellas de la película, incluso más que su autor. A menudo rodadas con drones por el trío de directores de fotografía (Christophe Graillot, Jérôme Bouvier y Sarah Del Ben), en un blanco y negro contrastado, lo que podría parecer una elección muy arriesgada, y combinadas con un montaje preciso por parte de Stéphane Mazalaigue, las imágenes mantienen los ojos del espectador fijos en la pantalla y los oídos atentos a lo que Jacquet tiene que decir. Al final, después de Voyage au pôle Sud, muchos espectadores podrían sentir la llamada de la Antártida, junto con su hielo, cielos, mares revueltos y… pingüinos.
Voyage au pôle Sud es una producción de la francesa Paprika Films, coproducida por Aster Production, Memento Production y ARTE France Cinéma. Playtime se encarga de las ventas internacionales.
(Traducción del inglés)
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