Crítica: Working Class Goes to Hell
por Vladan Petkovic
- El inclasificable director serbio Mladen Djordjević ofrece otra mirada sin compromisos a la devastada sociedad de su país
El director serbio Mladen Djordjević persevera en su enfoque intransigente, salvajemente inventivo, transgresor y profundamente oscuro en su nueva película, Working Class Goes to Hell [+lee también:
tráiler
entrevista: Mladen Djordjević
ficha de la película], que acaba de estrenarse a nivel mundial en la sección Midnight Madness del Festival de Toronto.
Como siempre, Djordjević pone el foco en las personas que viven al margen. En esta ocasión, se trata de un grupo de antiguos trabajadores cuyos familiares murieron en el incendio de una fábrica cinco años antes, en una pequeña ciudad serbia cuyo nombre no se revela —aunque el acento de la gente apunta a que se encuentra en el sureste del país, una región conocida por ciertas prácticas específicas de magia negra—. Dirigidos por la intrépida Ceca (Tamara Krcunović), estos trabajadores forman una asociación para pedir justicia a la trinidad gobernante formada el alcalde, el dueño de la fábrica y el jefe del crimen local. Estos hombres, que rechazan todas y cada una de las acusaciones con arrogancia, están a punto de abrir un centro de incineración y un hotel, aunque todos saben que en realidad se tratará de burdeles encubiertos.
Paralelamente, Miya (Leon Lučev) regresa de Belgrado después de 13 años y una temporada en prisión. La incorporación de Miya a este variopinto grupo de personajes —interpretados por actores con un largo recorrido como Ivan Djordjević y Mirsad Tuka, así como por excelentes actores secundarios como Szilvia Krizsan y Olivera Viktorović y un surtido de intérpretes no profesionales— le permite revelar sus talentos recién adquiridos: la lectura del tarot y un ritual para fundir plomo. A medida que aumentan la confianza y la desesperación de estas personas que se persignan cada cinco minutos y van todas a la iglesia, Miya hace gala de sus habilidades como médium. Tras una primera sesión de lo más exitosa, la película muestra cómo a quien tienen que dar las gracias es al "portador de la luz, el príncipe injustamente desterrado del cielo".
Miya y Ceca se embarcan en una relación romántica a la que no le faltarán los momentos escalofriantes, como la escena en la que comen carne cruda durante el sexo en un símbolo de pentagrama. El grupo se vuelve cada vez más audaz, a modo de preparación para la venganza. Mientras tanto, conocemos a Danica (Lidija Kordić), una joven que dejó de hablar tras la muerte de su madre en el incendio. La joven visita un centro de vacaciones —ahora abandonado— para trabajadores situado en la colina sobre la ciudad, y en un momento dado descubre a un hombre muerto en el sótano, el cual aparece más tarde en el bar de la pequeña ciudad. Este personaje, interpretado por el veterano montenegrino Momo Pićurić, parece poseer habilidades sobrenaturales propias.
Djordjević impregna su película de evidencias de la devastada sociedad serbia. Los políticos, los delincuentes y la Iglesia Ortodoxa roban, hurtan y matan, mientras que la gente corriente se deja embelesar por los violentos reality shows. El dueño de un bar local hace de chulo con un par de prostitutas cuyos brillantes vestidos contrastan con las polvorientas carreteras y las decrépitas casas. Hay iconos religiosos por todas partes, y la aterradora banda sonora del compositor Kalin Nikolov combina instrumentos balcánicos —como el gusle de una sola cuerda— con acordeones y otros instrumentos de cuerda, así como con los lamentos de plañideras profesionales y una pizca de canto coral religioso.
Aunque el caos se apodera de la película en muchos momentos, el hilo argumental se mantiene coherente en su conjunto. La cámara de Dušan Grubin muestra a menudo a varios personajes en el mismo plano, como cuando el grupo persigue a una gallina a la que quieren sacrificar en una habitación bañada en luz roja; la iluminación es tan intensa que da la impresión de que la mayor parte de la película está teñida de rojo, aunque solo se trate de un par de escenas concretas. El montaje de Lazar Predojev mantiene compacta la película de 127 minutos a base de entrelazar estas escenas con segmentos más íntimos y varios planos generales bien situados. Aun así, la película se agrieta en la oscura y violenta secuencia final, que tiene lugar en el surrealista burdel local y recuerda al final de The Life and Death of a Porno Gang, del propio Djordjević.
Working Class Goes to Hell es una coproducción entre las serbias Sense Production, Banda y Cinnamon Film, la búlgara Agitprop, la griega Homemade Films, la montenegrina Adriatic Western, la croata Kinorama y la rumana Tangaj Production. Los derechos internacionales pertenecen a Patra Spanou.
(Traducción del inglés)
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