Crítica: Saltburn
por David Katz
- Lo nuevo de Emerald Fennell tras Una joven prometedora es un thriller escabroso sobre las clases altas británicas y los que quieren infiltrarse en ellas
Saltburn, la nueva y brillante película de la prometedora guionista y directora británica Emerald Fennell, proyectada en el Festival BFI de Londres, está llena de reminiscencias nostálgicas. Una nostalgia que tiene que ver con la educación privilegiada que recibió la propia cineasta en Oxford, poniendo el foco en las oportunidades ilimitadas que disfrutan unos pocos afortunados y mostrando cierto desprecio por las tradiciones establecidas de ese entorno, preguntándose si sería mejor acabar con ellas. Apuntando a los objetivos correctos mediante observaciones atentas (aunque a menudo demasiado generales), Saltburn tiene suficiente energía, entusiasmo y estilo para guiar la historia hacia una conclusión trágica y sangrienta, aunque su carácter previsible y superficial provoca que la película acabe haciendo aguas.
La historia comienza en el otoño de 2006, como anuncia un folleto de bienvenida en la puerta de una universidad. En un primer momento, Saltburn despierta ciertas esperanzas sobre una posible relectura de esa época, con el Nuevo laborismo dando sus últimos coletazos en el Reino Unido y la Gran Recesión de 2008 acechando a la vuelta de la esquina. Sin embargo, resulta decepcionante comprobar que Fennell utiliza este marco temporal para revivir Oxford tal y como ella lo vivió, presentando un campo de juego ambicioso y lascivo, donde aquellos con suficiente éxito social pueden disfrutar de unas vacaciones de verano en la gran casa de campo de un “colega” de la universidad.
Oliver Quick (el impresionante Barry Keoghan) es un estudiante de Literatura discretamente ambicioso, que no alardea de su formación ni de sus capacidades intelectuales (como el estudiante de Matemáticas que grita la respuesta a “275 por 83” a la hora del almuerzo), ocultando una faceta astuta y sociópata. Felix Catton (Jacob Elordi) es el apuesto “aristócrata” que ocupa los sueños (sexualmente ambiguos) de Oliver, una de esas personas que se creen “dueñas” de Oxford, tras lo cual disfrutan de un éxito profesional inmerecido. Oliver quiere todo eso para él, alimentado por una incómoda mezcla de pasión romántica y el impulso ambicioso de un intruso nato.
Cuando el personaje de Keoghan afirma, de forma poco convincente, sentirse afligido por el final del curso académico, Felix se compadece de él y le invita a quedarse con sus padres, Lord y Lady Catton (Richard E. Grant y Rosamund Pike), en su finca palaciega. Podemos anticipar la trayectoria de la trama desde el momento en que el mayordomo de la familia abre la ornamentada puerta principal entre chirridos. Aunque Keoghan ofrece una interpretación carismática y controlada, el personaje de Oliver resulta indescifrable y exagerado, a diferencia del Ripley de Patricia Highsmith, una inspiración obvia para el papel, que se acuesta con cada personaje y los asesina con la eficacia de Terminator.
¿Podemos hablar de una sátira sobre las élites británicas cuando lo que realmente vemos es una versión exaltada por el éxtasis de ese universo privilegiado, con la música “new rave” de la época dominando la mezcla de sonido? Fennell pretende impresionarnos con una grandiosidad y un espectáculo exquisitos, aprovechando el éxito y la actualidad de Una joven prometedora [+lee también:
tráiler
ficha de la película]. No obstante, aunque la exhibición de atrocidades resulta divertida, con el personaje de Pike deleitándonos con grandes frases lapidarias, la película tiene un regusto fugaz, a pesar de la abundancia de sal.
Saltburn es una coproducción entre Estados Unidos y Reino Unido, producida por Metro-Goldwyn-Mayer, Media Rights Capital y LuckyChap Entertainment. Amazon Studios se encarga de las ventas internacionales.
(Traducción del inglés)
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