Crítica: Laissez-moi
por Muriel Del Don
- El primer largometraje de Maxime Rappaz retrata los tormentos de un personaje complejo que intenta liberarse de una prisión que ha construido con sus propias manos
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ficha de la película], el director suizo Maxime Rappaz, procedente del mundo de la moda, nos ofrece el retrato de una mujer de mediana edad que, quizá por primera vez, se ve obligada a enfrentarse a la realidad de una existencia que pesa sobre sus hombros como una carga. Y es que, aunque Claudine es una mujer aparentemente independiente que ha criado sola a un hijo con discapacidad psicomotriz, su vida no es más que la interpretación cotidiana de un escenario grotesco en el que ella desempeña el papel de mártir. ¿Qué ocurre cuando caen las caretas, cuando el deseo prevalece sobre las convenciones sociales?
Laissez-moi, que fue presentada en el Festival de Cannes como película inaugural de la ACID antes de ser proyectada en la sección Focus del Festival de Zúrich —donde ha recibido una mención especial—, presenta a Claudine, una mujer aparentemente sencilla de unos cincuenta años (interpretada por Jeanne Balibar, cuya inimitable presencia domina todas las escenas) que acude todos los martes a una posada de montaña para relacionarse con hombres de paso. Se trata de encuentros sexuales fugaces, inquietantes por su desconcertante banalidad, que le permiten evadirse de una vida cotidiana que se ha vuelto asfixiante. Aunque siente un sincero afecto por su hijo (Pierre-Antoine Dubey), que padece una discapacidad psicomotriz, Claudine siempre ha dejado de lado sus propias necesidades y deseos para atenderle, como si su papel de madre trascendiera y silenciara cualquier forma de rebeldía. Pero su vida cotidiana da un vuelco tras un encuentro inesperado con un hombre (Thomas Sarbacher) que decide prolongar su estancia en Suiza un poco más de lo previsto. Abrumada por un torbellino de emociones que había estado reprimiendo durante mucho tiempo, la protagonista se deja llevar peligrosamente, de manera que empieza a soñar con una vida diferente en la que por fin podrá sentirse libre.
Con su presencia fascinante a la par que inquietante y su figura escurridiza que cada semana da un largo paseo por la montaña con elegantes botas de ciudad, Claudine decide por sí misma qué hacer, a qué juego jugar y cuándo parar de pasárselo bien con sus amantes de paso. Este carácter ambiguo e intrigante alberga tensiones cada vez más difíciles de mantener a raya, impulsos contradictorios que la atormentan hasta la médula: un deseo ardiente de afirmación personal, de una libertad que cree merecer, de la aceptación silenciosa de su condición de madre mártir dispuesta a todo para defender a su hijo, al que ve como su propia batalla personal. Jeanne Balibar encarna magistralmente todos estos impulsos ambivalentes y estas contradicciones que no hacen más que arder en su interior y consumir todo movimiento revolucionario. La vida cotidiana de Claudine se convierte en su caparazón, en la excusa ideal para ignorar sus necesidades y deseos, para no ceder a la llamada de una libertad que ansía y teme al mismo tiempo.
Rappaz retrata a una mujer que se limita a desempeñar papeles socialmente definidos: el de madre valiente, el de amante fogosa y el de trabajadora discreta. Se trata de una mujer que nunca se ha permitido el lujo de preguntarse qué quiere realmente y cuáles son sus sueños. Las zonas grises ligadas a un instinto maternal que la sociedad heteropatriarcal considera innato se representan con valentía, de manera que se trasladan a la gran pantalla a través de imágenes de paisajes alpinos escalofriantemente majestuosos. Aunque la relación entre Claudine y su amante cae en ocasiones en el exceso (prueba de ello es, por ejemplo, la escena de sexo en la que se ven inmersos en un entorno natural casi paradisíaco), casi sugiriendo que el sexo —hetero— es el único remedio para la ardiente angustia que presenciamos en la película, Rappaz consigue sortear con éxito —¡y se lo agradecemos!— la trampa del final feliz. Durante un tiempo, Claudine nos hace creer que puede liberarse mágicamente de su de su angustia a través del amor, pero al final se da cuenta de que es precisamente la angustia lo que le guía en todo momento. Resulta que su salvación no está en escapar, sino en enfrentarse a la oscuridad que la consume y la tranquiliza al mismo tiempo.
Laissez-moi ha sido producida por la suiza GoldenEggProduction, la francesa Paraiso Production, la belga Fox the Fox y la suiza RTS Radio Télévision Suisse. Las ventas internacionales corren a cargo de M-Appeal.
(Traducción del italiano)
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