Crítica: Marina, Unplugged
por Júlia Olmo
- Alfonso Amador firma una película sobre la retórica de la extrema derecha y el poder del lenguaje

Imagina que vas en una barca. Solo tú y dos niños, uno de ellos es tu hijo. Se desata una tormenta. Los dos niños salen despedidos de la barca, ninguno de ellos sabe nadar y no hay chalecos salvavidas, la única posibilidad que tienes de intentar salvarlos es lanzarte al agua y nadar hasta alcanzarlos. Pero en la caída se han separado, ir a por uno significa abandonar al otro a su suerte, que es lo mismo que dejarlo morir. Tú eliges, los dos son seres humanos nacidos iguales y libres en dignidad y derechos, la única diferencia entre ambos es que uno de ellos es tu hijo. Con todo este ejemplo de retórica comienza Marina, Unplugged, la película dirigida por Alfonso Amador y protagonizada por Claudia Faci, basada en la obra teatral homónima del propio director y Jorge Picó, que acaba de inaugurar la 38ª edición de la Mostra de València – Cinema del Mediterrani.
Entre la ficción y el falso documental, a lo largo de Marina, Unplugged seguimos a la líder de un partido de la extrema derecha en el proceso de preparación de un monólogo a través del que pretende hacer llegar su ideario a sus simpatizantes. En el escenario del teatro, le acompaña un director que moldea constantemente su actuación, articulando a base de pequeños matices, precisiones, inflexiones de voz, expresiones o gestos el modo en el que resulta más convincente presentar su discurso para persuadir a su audiencia. La película retrata así la retórica de la ultraderecha, las estrategias de comunicación –verbal y no verbal– que sus líderes utilizan para tratar de humanizar su pensamiento, para intentar llegar a la gente de una manera más persuasiva e íntima. Con ello, uno de los mayores logros del filme es cómo de ese modo consigue llegar y reflejar el corazón y las claves de estos partidos de extrema derecha: la manipulación del lenguaje, el recurso a lo emocional, a lo irracional, a la parte más animal que hay en nosotros, cómo de ese modo, apelando a lo instintivo, al miedo, y a través de las posibilidades que ofrece el lenguaje, sus ideas entorno a cuestiones como el racismo, el machismo, la desigualdad de género o la justicia social consiguen ser aceptadas y aplaudidas.
Más allá de la importancia del tema, de su capacidad para denunciar el fascismo y su representación en la actualidad, la lucidez y la fuerza de la película está en la forma como lo aborda, cómo utiliza los mecanismos cinematográficos para llegar a ese fondo. Uno de los elementos que sostienen gran parte del filme es su protagonista, una inmensa Claudia Faci a través de cuya voz (la que comienza contando esa historia ejemplificante citada), gestos, expresiones, pausas y silencios nos adentramos en las profundidades y los recovecos del discurso que interpreta. Las decisiones sobre la puesta en escena y el color –un contrastado y solemne blanco y negro– también resultan acertadísimas para reflexionar acerca de ese poder de manipulación de la ultraderecha. La líder protagonista no está en un espacio de masas lanzando consignas fascistas sin tapujos, tampoco en un programa de televisión atacando con ira a sus oponentes, sino en un teatro, en un espacio inteligentemente preparado para la persuasión, recitando con sosiego y delicadeza un texto bien escrito, perfectamente calculado y reflexionado. Utiliza nuestro lenguaje para aderezar con belleza y contundencia, apelando a esa parte irracional que hay en todos nosotros, el odio que hay detrás de su discurso.
Marina, Unplugged es una película turbadora, lúcida y por momentos incómoda, toda una reflexión sobre el poder de manipulación del lenguaje y la capacidad del cine para captarlo.
Marina, Unplugged es una producción de Silence Comunicación.
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