Crítica: White Flag
- En su segundo largometraje, el cineasta suizomongol Batbayar Chogsom arroja luz sobre la marginación que sufre la identidad queer en Mongolia

Cinco años después de que su primer largometraje, Out of Paradise [+lee también:
tráiler
ficha de la película], ganara el premio a la mejor película en el Festival de Shanghái de 2018, el guionista y director suizomongol Batbayar Chogsom está de vuelta con una nueva cinta. Su segundo largometraje, White Flag [+lee también:
entrevista: Batbayar Chogsom
ficha de la película], se ha estrenado a nivel mundial en la competición principal del Festival Black Nights de Tallin.
White Flag se inicia con un plano extremadamente amplio de un hombre que persigue a una mujer por un paisaje estepario vacío que recuerda vagamente a la secuencia inicial de Urga, el territorio del amor, de Nikita Mijalkov (ganadora del León de Oro en 1991). Cuando el detective urbano Zorig (Samdanpurev Oyunsambuu) llega a un pueblo rural para investigar la reciente desaparición de un hombre del lugar, dos jóvenes pastoras que viven juntas se convierten rápidamente en sus principales sospechosas. Naran (Urtnasan Erdenebayar) y Saran (Erdenetsetseg Enkhbayar), cuyos nombres significan "sol" y "luna" respectivamente, fingen ser hermanas, pero pronto queda clara su íntima relación. La creciente frecuencia con la que Zorig visita el ger —diferente de una yurta— de las hermanas hace que resulte cada vez más dudoso si se trata de encuentros profesionales o personales.
El intrigante escenario de la trama, así como el prometedor plano inicial con el que se hace un uso fantástico del espacio negativo, despiertan claramente el interés del espectador, pero, por desgracia, Batbayar (en este caso se hace referencia al director por su nombre de pila, dado el uso específico que hacen los mongoles de los apellidos) echa a perder el buen comienzo con demasiada rapidez.
La música instrumental étnica de Yukio Elien Lanz no disgusta en general, salvo en algunas escenas de exteriores, que consisten principalmente en amplias tomas de seguimiento que acompañan tranquilamente a los personajes mientras viajan a caballo o en moto, así como en largas tomas fijas que muestran al ganado pastando y a los pájaros volando sobre una tierra polvorienta y prácticamente estéril. Este escenario tan extenso, captado por el impresionante aunque algo esquemático trabajo de cámara de Lukas Graf, parece acentuar los defectos del guion, como la forma excesivamente directa y un tanto confusa en que se presentan las motivaciones de los personajes. La narración en el presente se ve interrumpida ocasionalmente por flashbacks (en los que se yuxtaponen escenas urbanas con tranquilas imágenes del campo, como ocurría en Out of Paradise) que revelan por qué Naran no puede tener hijos y odia la ciudad. El objetivo de ambas mujeres ahora no es otro que el de tener un hijo, pero su método para conseguirlo es tan inquietante como la desconcertante reacción de Naran ante un suceso angustioso clave más adelante en la película.
Los momentos que supuestamente captan la intimidad de Naran y Saran se representan de una forma ya muy vista y repetida, como la escena en la que se hacen cosquillas, o de manera forzada, como cuando se bañan juntas en una secuencia cuidadosamente orquestada que se basa en gestos: un plano de ángulo bajo muestra un deel (traje tradicional) que cae al suelo antes de que ambas se metan al mismo tiempo en una pequeña bañera y queden una frente a la otra.
La infidelidad parece ser un motivo constante en las películas de Batbayar. El hecho de que el protagonista de Out of Paradise pasara la noche con una trabajadora sexual mientras su mujer embarazada pasaba la noche sola en la sala de partos ya resultó bastante desconcertante, pero en White Flag no son uno, ni dos, sino tres los personajes que tienen una aventura. Aunque las peculiaridades del guion obstaculizan el desempeño de sus funciones en la película, se deja entrever cierto potencial por parte de Urtnasan y Erdenetsetseg para ofrecer interpretaciones más polifacéticas.
La intención de Batbayar de arrojar luz sobre la marginación de la identidad queer en Mongolia a través de la primera película queer del país es ciertamente loable, pero no habría estado de más que White Flag hubiera tenido un enfoque más hábil y sensible.
White Flag es una producción entre Mongolia, Suiza y Japón que ha aunado los esfuerzos de Chogsom Film y Monkeyspice Inc.
(Traducción del inglés)
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