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SEVILLA 2023

Crítica: Felipe

por 

- Federico Schmukler presenta una película en la que narra el caos emocional propio de la pubertad a partir de la crisis del 2001 en Argentina

Crítica: Felipe
Felipe Szumik en Felipe

“No es posible pensar el presente y la historia contemporánea de Argentina sin hacer referencia a lo sucedido en la crisis del 2001, ya que ese diciembre representó el final de una época y también el nacimiento de nuevos vientos”. Con esta cita de Julián Norberto Zícari, investigador especializado en esa etapa de la historia reciente de Argentina, se abre Felipe, la película que el director y guionista argentino Federico Schmukler estrena mundialmente en el 20.° Festival de Sevilla.

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Ambientada en la crisis argentina del 2001, la película cuenta la historia de adolescencia de Felipe (interpretado por Felipe Szumik), un chico de 13 años lleno de dudas, inseguridades, miedos, hormonas y sentimientos a flor de piel. En medio de todo ese caos a diferentes niveles, Felipe se enamora de Lucía, la chica de al lado de la casa de su padre (sus padres están separados, situación que el chico tampoco acaba de entender del todo), con la que finalmente decide huir a un lugar remoto al lado de un acantilado, lejos de la ciudad. Pero en ese refugio, su inocencia se irá desvaneciéndose enfrentándose a los temores propios de la edad adulta.

A partir de ese paralelismo entre la crisis social y política que atraviesa el país y la crisis emocional del protagonista en la pubertad, la película habla de esa primera fase de la adolescencia en la que se producen los cambios propios del paso de la infancia a la adultez, cuando uno se enfrenta a lo desconocido y empieza a sentirse un extraño para sí mismo y para los demás. Es interesante cómo el director narra esa etapa desde el punto de vista del protagonista, reflejando sus sentimientos contradictorios, sus búsquedas erráticas, sus relaciones enfrentadas con el mundo adulto, su desconcierto y su perplejidad ante lo que está viviendo, su sensación de soledad, su deseo de libertad, su miedo y su anhelo de comprender cómo son las cosas en realidad fuera de la burbuja de la niñez, la pérdida de la inocencia, también esa energía única de la primera juventud, su inclinación a lo inesperado, la fuerza del primer amor, el deseo de amar y ser amado. Todo ello se cuenta con naturalidad y sencillez, a través de la cotidianidad de los personajes, sin grandes artificios, centrándose en esa mirada del protagonista, en los actos y las vivencias que conforman un carácter. En esas pequeñas secuencias en las que se logra reflejar ese mundo emocional del protagonista la película alcanza sus mejores momentos, bellos y emocionantes.

El mayor problema viene cuando se hace un uso sobrado de recursos que no siempre se necesitan. En algunas secuencias la música es acertada, confiere fuerza emocional en el momento preciso, pero en otras resulta excesiva, cayendo en el sentimentalismo fácil. Otra debilidad quizá menor (porque al fin y al cabo es la historia que su director quiere contar) es que en la película no hay nada extraordinario, es la misma historia de adolescencia contada mil veces de la misma forma con ligerezas variaciones.

A pesar de sus debilidades, Felipe se acerca a lo que pretende ser, una película sencilla y honesta, sin doblez ni artificio, íntima y al tiempo política, con sus momentos hermosos y emocionantes, sobre esa etapa en la que empezamos a enterarnos (o a intentar hacerlo) de qué va la vida.

Felipe es una coproducción entre Argentina, España, Guatemala y México de las compañías Brujas Producciones, Potenza Producciones, La casa de producción y Agavia.

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