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GIJÓN 2023

Crítica: Los últimos pastores

por 

- En su sensorial documental, el asturiano Samu Fuentes sigue a dos hermanos que mantienen la tradición en vías de extinción del pastoreo en las montañas cantábricas

Crítica: Los últimos pastores

El escenario de Los últimos pastores, el segundo largometraje documental del cineasta asturiano Samu Fuentes, se caracteriza por la niebla y las nubes suspendidas entre los picos de las montañas. Incluso con su anterior proyecto, Bajo la piel de lobo [+lee también:
tráiler
entrevista: Samu Fuentes
ficha de la película
]
, una película de ficción que se proyectó en el Festival de Gijón (FICX) en 2017, el director utilizó los silencios y el humor para transmitir la sensación sensorial de un mundo cinematográfico, por lo que no es de extrañar que las largas tomas de un documental sobre pastores resulten tan etéreas. Tras estrenarse a nivel mundial en la sección Retueyos del Festival de Gijón, Los últimos pastores ha recibido el Premio RTPA al mejor largometraje asturiano (leer la noticia).

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Los hermanos Manolo y Fernando se han pasado la vida en las montañas de los Picos de Europa, de manera que se han dedicado a seguir los pasos de las tradiciones pastoriles que se remontan a más de 5.000 años atrás. Fuentes ascendió a pie hasta la Majada de Tordín (a 1.211 metros de altura, según los subtítulos) para filmar la vida cotidiana de ambos en verano, y bajó por los pastos de Vierru (a 680 metros) cuando llegó el invierno, a sabiendas de que este ritual de ida y vuelta es en lo que consiste la vida de los dos septuagenarios. La cámara de Alejo Sabugo hace todo lo posible por captar la imponente belleza de la naturaleza a través de planos majestuosos y amplios a más no poder, así como de tomas largas y silenciosas: cabras pastando y la silueta de una montaña al fondo.

Teniendo en cuenta que los hermanos Mier vendieron su última oveja un año antes de los hechos que se relatan en la película, cabe preguntarse si siguen siendo pastores. Desde que tenían 13 años han sido una cosa, así que no saben ser otra. Hay vacas, pero nadie que las ordeñe. No hay casi nadie a quien vender el queso. Hacen pan para sí mismos, tallan sus propias cucharas, crían gallinas y tienen una gata llamada Linda. Algunos días se hacen largos, otros cortos; el tiempo solo existe en la belleza de su paso, pues los amaneceres y los atardeceres resultan igualmente hipnotizantes, vistos desde lo alto. El entorno de una de las localizaciones difiere al de la otra debido a la altitud, pero los colores y el aire también varían, vistos con una luz distinta. Los efectos visuales de la película son sublimes y variados, y captan los innumerables matices de un cielo de finales de verano.

El apacible mundo de los Picos de Europa no solo es idílico, sino también extrañamente melancólico. Manolo y Fernando —tal vez por su edad y su tendencia a rememorar— hablan a menudo del pasado como si se tratara de un mundo distinto. El mundo en el que se criaron de niños parece ahora un paraíso perdido, "ya no queda nadie a quien enseñar [el pastoreo]", comentan. A pesar de que la banda sonora es estridente, con violines y una percusión que estremecen al enmarcar el paisaje infinito, Los últimos pastores es, por diseño, una elegía. El número de pastores disminuye año tras año, y la película nos advierte de la proximidad de su extinción. Mientras se acerca otro fin para el mundo tal como lo conocemos, los últimos guardianes de una raza moribunda se mantienen firmes y se ríen al respecto, y es que Samu Fuentes, paradójicamente, nos ha regalado una comedia divina.

Los últimos pastores es una producción española de la asturiana Báltico y la madrileña Wanda Films.

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(Traducción del inglés)

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