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SEVILLA 2023

Crítica: Sueños y pan

por 

- Luis (Soto) Muñoz homenajea al cine quinqui con una emocionante ópera prima sobre la amistad en los márgenes y la precariedad de una generación

Crítica: Sueños y pan

“Esta película, filmada entre los meses de enero de 2020 y julio de 2021, ha sido realizada gracias a la ayuda de un grupo de amigos. En sus ratos libres, entre otros trabajos y ocupaciones”, dice la voz de un niño al comienzo de Sueños y pan, el primer largometraje de Luis (Soto) Muñoz, proyectado en la sección Panorama Andaluz del Festival de Sevilla, tras su estreno en el Atlàntida Mallorca Film Festival, donde se alzó con el premio a la Mejor Película de la Sección Oficial Nacional. Poco después, se lee la siguiente cita de Cesare Pavese: “Vivir en un ambiente es bonito cuando el alma está en otra parte. En la ciudad, cuando se sueña en el campo; en el campo, cuando se sueña en la ciudad. En todas partes, cuando se sueña con el mar”.

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A manera de homenaje al cine quinqui, la película cuenta la historia de Javi y Dani (Javier de Luis y George Steane), dos jóvenes de la periferia de Madrid que tratan de vender un cuadro que acaban de robar. Al sospechar de su cuantioso valor, ambos recorren la ciudad forzando intentos de venta desde el extrarradio hasta las galerías de más alto standing. Pero las cosas se complican cuando, al tiempo que su plan se va desmoronando a cada paso que dan, Sara (Cristina Masoni), su amiga y compañera de piso, adicta a la heroína, entra en un centro de desintoxicación y pierde la custodia de su hijo Carlitos, quien, pese a todo, aún conserva la inocencia. A partir de esta trama, la película habla de la deriva y las miserias de los jóvenes sin rumbo, sobre la pobreza, la incertidumbre y la desesperanza de una generación, sobre gente de clase baja y trabajadora atrapada en grandes urbes como Madrid, donde si no eres rico, rentista o tienes un sueldazo estás condenando a vivir (o más bien, a sobrevivir) en la precariedad.

Pero a pesar de su cara amarga, la película no se hunde en su tristeza, desde ahí, desde ese sentimiento de pérdida y desasosiego, también se habla de la amistad, de la amistad como núcleo de apoyo y cuidado mutuo, como posibilidad de familia, sobre el amor que puede haber en ella, sobre su significado e importancia. Ahí está una de sus grandes bazas: la de ser una película tristísima y preciosa al mismo tiempo, cuya amargura se cuenta con delicadeza, belleza y humor. También en su forma imaginativa y libre de narrar (ahí se nota la humildad, la falta de pretenciosidad y la libertad creativa desde la que han trabajado sus creadores), y en la mirada humana, sin condescendencia, desde la que se cuenta a sus protagonistas, mostrándolos tal y como son, personas de clase baja, marcadas por la pobreza, pero sin hacer virtud de esa pobreza, mostrando tanto sus bondades como sus flaquezas. Con ello, una de las mejores cosas de la película está en esos momentos llenos de ternura –especialmente, las secuencias en las que se reúne toda la familia protagonista– o divertidísimos –como la escena del museo– que consiguen emocionar.

Sueños y pan es una conmovedora reivindicación del cine quinqui, una película amarga y a la vez hermosa sobre la amistad en los márgenes y la precariedad de una generación, pero sobre todo, una película con alma, entretenida y divertidísima, que logra hacer cine social sin caer en la condescendencia y el sentimentalismo fácil.

Sueños y pan ha sido producida por Mubox Studio.

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