Crítica: La Parra
por Alfonso Rivera
- La extrañeza y un negro humor inteligentísimo poseen al tercer largometraje de Alberto Gracia, quien convierte su ciudad natal en un lugar fantasmal poblado de criaturas valleinclanescas

Alberto Gracia regresa al IFFR con su tercera película, titulada La Parra, tras haber presentado aquí, ambas en la sección Bright Future, sus previas O quinto evanxeo de Gaspar Hauser [+lee también:
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ficha de la película] (que obtuvo el premio FIPRESCI) y La estrella errante [+lee también:
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entrevista: Alberto Gracia
ficha de la película]. De nuevo el cineasta ofrece al público del certamen, esta vez en la Competición Tiger, un film difícil de encasillar y poco convencional, alejado de cualquier corriente, moda o tendencia del cine contemporáneo.
Igual que otro gallego, Lois Patiño, invitaba a cerrar los ojos al espectador en su último trabajo, Samsara [+lee también:
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entrevista: Lois Patiño
ficha de la película], para viajar en el tiempo y el espacio (físico y espiritual), aquí Gracia comienza con la pantalla en negro, pero no porque hayamos bajado los párpados, sino porque la cámara ocupa el lugar de las retinas de un grupo de invidentes, que van de excursión a la montaña guiados por un tal Cosme (interpretado por el propio Gracia). En ese prólogo quedan claras las pautas de lo que seguirá: un viaje desde la oscuridad hacia el desconcierto, lo nebuloso y algo parecido al infierno en la tierra, pero revestido de un sentido del humor extraño a la vez que inteligente, absurdo y oscuro.
Protagonizada por Alfonso Míguez, una especie de versión española y aún más alucinada de Harry Dean Stanton o Griffin Dunne en la treintena, La Parra alude a la pensión donde este joven fracasado recala tras recibir la noticia del fallecimiento de su padre, con quien no tenía buena relación y de cuyo recuerdo fantasmal no consigue desprenderse (física y metafóricamente, ya lo verán). Pero no estamos ante una cinta de suspense ni de terror, tampoco ante una comedia, sino ante una película de Alberto Gracia, es decir, un film de infructuosa catalogación, como lo es su atmósfera, pues transcurre en un Ferrol anclado en el pasado, aislado, oscuro, hostil y pesadillesco.
Con música que recuerda a cult movies de John Carpenter (por gentileza de Jonay Armas), montaje del propio director junto a Velasco Broca (otro outsider del cine español, siempre circulando por carreteras poco transitadas, véanse sus Alegrías riojanas) y fotografía de Ion de Sosa (cuyo mediometraje Mamántula se presentó en el reciente Festival de San Sebastián y aún nos dura la perplejidad), con este equipo de cómplices no resulta paradójico que esta tragicomedia de espejos –como la denomina su propio creador– no disimule su herencia de David Lynch y el cine paranoico de los años setenta. Y, finalmente, también hermana con aquel flipante y ochentero Jo, ¡qué noche!, de Martin Scorsese, y con los universos plagados de seres esperpénticos, a la deriva de la vida, que popularizó el escritor (también gallego) Ramón María del Valle Inclán a principios del siglo pasado.
La Parra es una producción de Filmika Galaika y Tasio, de cuya distribución en España y ventas internacionales se ocupa Begin Again Films.
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