Crítica: Shahid
por Vladan Petkovic
- BERLINALE 2024: La cinta de Narges Kalhor es imaginativa y rebelde, combina muchas formas artísticas y descarta las tradiciones cinematográficas, pero le cuesta llevar el peso de su propia ambición
La cineasta iraní Narges Kalhor, con base en Alemania, da continuidad a su imaginativa película premiada en DOK Leipzig, In the Name of Scheherazade or the First Beergarden in Tehran [+lee también:
tráiler
ficha de la película], con Shahid, su entrada en la sección Forum de la Berlinale y una mezcla aún más loca de géneros y formas que rompen todas las posibles convenciones cinematográficas. Aunque esta elección encaja con el mensaje de la película, la cual sí que tiene una línea narrativa clara, al final deja la impresión de ser una combinación ambiciosa entre la actuación y el videoarte.
El apellido completo de Kalhor es Shahid Kalhor; y el guion se centra en su alter ego Narges, interpretado por Baharak Abdolifard. Su bisabuelo fue asesinado en 1907 mientras rezaba, lo que lo convirtió en un mártir, un shahid, y este título se vinculó al nombre de su familia. Cansada de todas sus connotaciones y su estado como inmigrante, pero también de su privilegio comparada con otros, la burocracia alemana y la historia de ambos países, así como del círculo vicioso del patriarcado a nivel mundial, Kalhor ha decidido hacer una película sobre la lucha de Narges, quien intenta eliminar “Shahid” de su nombre.
La cuarta pared es casi inexistente en esta película, con las instrucciones de la directora, el equipo de cámara y las repeticiones incluidas en el montaje. Sin embargo, con la combinación de la actuación, la documentación, la animación, la música y el habla directa hacia la cámara, uno puede pensar que la directora ha construido, al menos, unas cuantas pareces adicionales.
La película comienza con un plano elevado de Narges acostada desnuda en el suelo en posición fetal y un grupo de siete hombres, guiados por su bisabuelo (interpretado por Nima Nazarinia), que bailan alrededor de ella de manera amenazante a un ritmo dramático de percusión fuerte. Están vestidos con túnicas negras y sus movimientos son amplios y elaborados. Cuando Narges pasea por las calles de Múnich de camino a una oficina de administración, ellos la siguen, recitando y, más tarde, cantando un poema con ella mientras que otros peatones retroceden.
Mientras que el empleado empieza a enumerar los documentos necesarios para el cambio de nombre, las largas palabras alemanas aparecen en pantalla con letras grandes y blancas, acompañadas por el sonido de un teclado de ordenador. Falta un documento, lo que confunde a la actriz y hace que le pida una aclaración a la directora. Kalhor opta por una nueva toma, y volvemos al principio de la película; sin embargo, ahora el baile es menos complejo, la actuación tiene menos entusiasmo y el bisabuelo habla más. Quiere impedir que nuestra protagonista se cambie el nombre, pero esto no encaja con la relación que nos representan en pantalla, obstaculizada por los amistosos intercambios entre los dos actores en los segmentos de la “vida real”. Estas son más accesibles para el espectador, pero no se traducen plenamente en su función autorreferencial dentro de la compleja historia.
El documento que faltaba era una evaluación psicológica y el terapeuta Narges termina acudiendo a Ribbentrop. Nos da una lección sobre su infame tocayo y Shahid, a través de una versión subversiva de pardeh khani, una tradición de narración iraní.
Las formas artísticas siempre cambiantes al principio funcionan de manera impresionante, este decidido alejamiento del cine clásico encaja con la intención de demoler todas las tradiciones construidas por la cultura patriarcal; sin embargo, después de un tiempo, la película se vuelve prepotente y confusa tonalmente. Termina teniendo problemas con el propio peso de sus ambiciones y a pesar de su creatividad y sus decisiones artísticas, muchas veces apasionantes, parece que se esfuerza demasiado y da la impresión de ser autoindulgente y excesivamente amplia. Sin ninguna duda, Kahlor ha derribado convenciones y, como resultado, su trabajo admirablemente creativo y audaz parece más una obra de técnica mixta, la cual trata con demasiados temas superpuestos como para poder explorarlos en profundidad, que una película.
Shahid ha sido producida por la alemana Michael Kalb Filmproduktion. Filmotor se ocupa de las ventas internacionales.
(Traducción del inglés por Joanna Sánchez Moya)
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