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MONS 2024

Crítica: Katika Bluu

por 

- Stéphane Vuillet y Stéphane Xhroüet proponen un retrato de gran libertad en la forma y en el punto de vista, y de gran potencia, de un niño soldado que experimenta la dura vuelta a su vida normal

Crítica: Katika Bluu

Katika Bluu, la nueva película de Stéphane Vuillet y Stéphane Xhroüet, que se ha estrenado en Bélgica en el Love International Film Festival de Mons tras haberse estrenado a nivel mundial en São Paulo y a nivel europeo en la sección Alice nella Città del Festival de Roma, nos lleva al corazón de un centro de acogida de Goma (República Democrática del Congo) para jóvenes liberados de los mismos grupos armados que los alejaron de sus familias para convertirlos en carne de cañón. 

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"No eres más que un niño aquí. ¿Te crees un hombre?" Bravo, de 16 años, llega al centro con una rabia incontenible. Con una rebeldía desbordante, el joven pone a prueba todos los límites, insulta a la gente y les roba. Aunque ya no queda rastro del bosque y del combate, nunca falta a su cita con el ritual de aplicarse dos rayas azules en las mejillas a modo de pintura de guerra. Aunque pueda parecer que evoluciona dentro del grupo, que está organizado como una familia, no deja de sentirse solo. Aunque el enfrentamiento con las madres que cuidan de estos niños perdidos resulta de lo más violento al principio, al final acaba convirtiéndose en una fuente de calma. El joven tarda unos cuantos días en abandonar la postura del soldado y (re)conectar con su infancia. Esto, por supuesto, lo hace a través del contacto con los demás. Primero está Francine, una joven que viene a dar clases de capoeira, momentos especiales en los que los cuerpos se liberan y desempeñan diversas funciones más allá de la del combate. Luego está Paul, un recién llegado con el que, sin duda, Bravo conecta. "Me gustaría convertirme en serpiente para poder cambiar de piel", afirma. Y para poder así reencontrarse por fin con su familia. 

La historia de Katika Bluu y la forma en que se gestó la película están inextricablemente unidas al resultado final. Todo se remonta a la creación de un taller de cine por parte de Stéphane Xhroüet en el centro de acogida y orientación de Goma, por invitación de UNICEF. Al quedar impresionado ante el resurgir del centro, ante la forma en que los niños se implicaban plenamente en el funcionamiento del lugar, ante el descubrimiento por parte de los jóvenes —tras el mecanismo autocrático de la guerra— de la democracia y la benevolencia, Xhroüet pidió a Stéphane Vuillet que dotara de un mayor alcance a la película que el taller tendría como producto final. Pretendía que tuviera un alcance mucho más amplio, ya que los jóvenes del centro comprendieron rápidamente las posibilidades de la ficción y el poder de la representación. Se trataba de una iniciativa que, al mismo tiempo, brindaba a los jóvenes el poder de ser, en lugar de simplemente actuar. El cortometraje, por tanto, se convirtió en largometraje. De ahí este objeto cinematográfico híbrido, una película con la fuerza de un documental, pero amplificada por una estética que toma prestadas las herramientas del cine de ficción. El dolor de Bravo se hace eco del de todos los antiguos niños soldado en una cinta que revela las pesadillas que le persiguen. En una escena de lo más impactante, observamos a estos jóvenes, desgarrados entre su sensibilidad de niños y su experiencia, jugar a la guerra. Resulta casi imposible no sentirse perturbado por esta convivencia entre los juegos infantiles y la trayectoria de las vidas de estos personajes, sobre todo porque el diseño de sonido de la película nos sumerge con ellos en sus propios recuerdos. 

Katika Bluu ha sido producida por Hélicotronc, y la distribución de la película en Bélgica corre a cargo de Libérations Films.

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(Traducción del francés)

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