PELÍCULAS / CRÍTICAS Francia / Bélgica
Crítica: La Peine
por Aurore Engelen
- En su primer largometraje documental, Cédric Gerbehaye propone una inmersión tan poco habitual como profunda en el corazón de la cárcel

El laureado fotoperiodista Cédric Gerbehaye prueba suerte en el género documental con La Peine, una impactante inmersión en las condiciones de la cárcel cuya distribución a partir del 8 de mayo en Bélgica correrá a cargo de Dalton Distribution. El cineasta ha dedicado nada más y nada menos que seis años a seguir la vida de los que viven y trabajan entre los muros de tres prisiones de Bruselas, en un momento crucial de la historia de estos establecimientos, a saber, tras una huelga masiva en protesta contra las condiciones de las prisiones y contra una sensación de aislamiento que ha empeorado desde la pandemia, y ante el cierre de estas prisiones para crear una superprisión en las afueras de Bruselas. Combinados, estos diversos elementos ponen de relieve los problemas sociales más amplios en torno a la gestión colectiva de los asuntos relacionados con las prisiones.
La película se abre con un majestuoso plano en blanco y negro contrastado con el que se explora un edificio en ruinas que casi parece una casa encantada. A medida que pasan los días, el cineasta capta la tristeza, la desilusión y la resignación tanto como los frágiles momentos de alegría que en ocasiones brillan con la misma brevedad que una chispa: un hombre que llora, una prisionera que da a luz a gemelos, una presencia tranquilizadora en la sala de visitas, rimas que liberan...
En primer lugar, nos adentramos en la intimidad de los reclusos, cuando se afeitan, fuman, comen, sueñan y dan vueltas en círculos. Salta a la vista sobre todo la soledad, así como el atisbo ocasional de un sentimiento de comunidad que devuelve la humanidad a este entorno a menudo deshumanizador. “Me siento acorralado, como un animal enjaulado”, grita uno de los presos. Se nos da la oportunidad de sentir muy de cerca las preocupaciones de estos hombres y mujeres. Junto a ellos, sentimos la naturaleza suspendida del tiempo que pasan alejados del mundo y de la sociedad. Además, la película hace hincapié también en el traslado previsto de la prisión, que se reubicará de la ciudad a la periferia, con el consiguiente riesgo derivar en una alienación aún mayor para estos presos cuyos puentes con la sociedad ya son de por sí débiles e inestables.
La Peine también refleja la pena que padece el personal de la prisión, los guardias y el alcaide, que acompañan a los reclusos en sus procesos judiciales y demuestran tener una humanidad que la comunidad no duda en elogiar.
Del mismo modo que la película no aborda las razones por las que estos hombres y mujeres están en prisión, el contexto de la misma solo se sugiere mediante las emisiones de televisión y radio que escuchan el personal y los presos, de modo que se hace un uso bastante inteligente de estos diversos medios de comunicación y se evitan las explicaciones demasiado largas. La historia navega por la tensión y los estallidos de desesperación que puntúan la vida en prisión, así como por sus momentos de gracia: una voz etérea, una carta a un hijo, niños que iluminan los rostros de los adultos que están como suspendidos en la oscuridad de la prisión. El uso increíblemente estético del blanco y negro crea una belleza donde menos lo esperamos, pero también tiende a veces a desencarnar a los protagonistas, que a veces pueden parecer congelados en este particular telón de fondo visual.
La Peine ha sido producida por Citizen Films e Industrie Films y coproducida por Savage Film.
(Traducción del francés)
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