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CANNES 2024 Competición

Crítica: Limonov: The Ballad

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Crítica: Limonov: The Ballad
Ben Whishaw en Limonov: The Ballad

“Nos fundiremos en un abrazo espiritual”, “Amo la locura y nada más que la locura”. Aunque uno ya se hace a la idea de los temas que suele abordar Kirill Serebrennikov (exceso, abismos, tensión a raudales…), nunca se sabe cuál va a ser el siguiente movimiento del brillante director ruso. Esta vez, es en una especie de enfoque artístico doblemente distorsionado —un provocador que anhela la destrucción del mundo convencional al tiempo que despliega onerosos, descarados e inquebrantables niveles de autodestrucción— en lo que se ha inspirado para su nueva obra, Limonov: The Ballad, que ha sido presentada o, mejor dicho, detonada en la competición oficial de la 77.ª edición del Festival de Cannes.

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Patria, revolución, gloria, tiempo, guerra, destino… Se trata de un rompecabezas que gira en torno a la trayectoria del escritor Edward Limónov (interpretado por el actor inglés Ben Whishaw), cuyo verdadero nombre era Savenko (nacido en 1943 y fallecido en 2020), un rompecabezas que se deshace y se recompone sin cesar ante nuestros ojos en esta película, que se inicia en Járkov a principios de los años 70 para transportarnos más tarde a Moscú, Nueva York y París —en 1980— y, finalmente, tomar rumbo hacia el Este tras la caída del Muro de Berlín. Limónov es una persona en perenne búsqueda del éxtasis, de sensaciones intensas (principalmente de naturaleza sexual), del rechazo total de las normas de la sociedad (contra el aburrimiento, las bestias de carga obreras, los pseudorrebeldes…), de desafiar el orden establecido —hasta que el KGB le obliga a convertirse en informador, o hasta que prueba el sabor de la cárcel—. Se trata de un hombre que vive en el filo de la navaja entre su ira corrosiva y su desesperación beligerante por encontrar algún día el lugar que siente que merece en el mundo.

Este dandi eternamente vestido de blanco toca fondo en Nueva York, donde pierde su apasionado amor por la modelo Lena (Viktoria Miroshnichenko) y deambula por las calles llenas de miseria de la ciudad, observando a la humanidad de la misma forma que Travis Bickle en Taxi Driver (a la que la película hace dos referencias, una sutil y otra muy directa), y todo ello antes de renacer, con un primer cambio que se aprecia únicamente en términos de apariencia, pues empieza a trabajar como mayordomo de un millonario. Durante todo este proceso, no obstante, el protagonista tiene la certeza total y obsesivamente megalómana de que se le necesita, de que los infelices y los desafortunados acabarán acudiendo a él, lo que efectivamente ocurre tras 17 libros publicados en París, una fama explosiva y polémica y la creación de un partido nacionalbolchevique —por no decir criptofascista— en Moscú. Este camino lleno de obstáculos, a lo largo del cual Limónov nunca se desvía de su tren de pensamiento nihilista, fue en su momento la inspiración de la novela homónima de Emmanuel Carrère, que Pawel Pawlikowski, Ben Hopkins y el director han adaptado en este largometraje —con muchas elipsis, entre ellas una de larga duración y de gran importancia histórica—. Pero es el asombroso trabajo visual de este último el que confiere a esta película plagada de invenciones, que se sumerge en un mundo de fantasía (el propio Limónov dijo que lo que le separaba del fracaso era el hecho de no tener reparo alguno en describir el deseo que sentía de coger una pistola y disparar a la multitud), y rebosante de música (con una ración doble de Walk on the Wild Side, de Lou Reed, entre otras delicias), que a su vez constituye su sello personal. La película se complementa también con una serie de secuencias especialmente notables —sin spoilers—, pero dejando a un lado la brillantez del guion y lo fascinante de este retrato de un fenómeno que siempre buscaba representarse a sí mismo, y a pesar de los esfuerzos de un espléndido Ben Whishaw por suavizar la dureza del personaje, Limónov sigue siendo un individuo bastante antipático (“Soy consciente de que soy una persona bastante mala”), lo que limita la película a una obra puramente performativa. Y para todo aquel que pretenda establecer paralelismos con la geopolítica actual mediante la presente cinta, cabe destacar que la película se pronuncia de una forma bastante clara desde el principio: “Yo soy el pasado, y el pasado no es nadie para dar consejos al presente”.

Limonov: The Ballad ha sido producida por Wildside (Italia), Hype Studios (Francia) y Chapter 2 (Francia), y coproducida por Pathé Films (Francia), Freemantle España y France 3 Cinéma. Las ventas internacionales de la película corren a cargo de Pathé y Vision Distribution.

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(Traducción del francés)

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