Crítica: bluish
por Olivia Popp
- Lilith Kraxner y Milena Czernovsky firman un meditativo y experimental segundo largometraje que es más un concepto cinematográfico cercano al trance que otra cosa

No azul, sino azulado… Sirviéndose únicamente del título de la película (bluish [+lee también:
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ficha de la película]), el dúo de cineastas austríacas Lilith Kraxner y Milena Czernovsky presenta de inmediato al público una premisa y una idea, más que una imagen concreta. Tal vez sea una metáfora cromática o algo que simplemente evoca un estado emocional, como el tono azulado que adquieren la piel y los labios al faltarnos el aire, o la señal que proyectan los últimos rayos de sol cuando se desvanecen en el cielo durante el crepúsculo. ¿Perdidas en la traducción, en el espacio, quizás incluso en la vida? De lo que no cabe duda es de que el que no está perdido es el público de la película... Y es que, tras su estreno a nivel mundial en el FIDMarseille, bluish ha ganado el Gran Premio de la competición internacional (leer la noticia).
La película sigue con mucha libertad el día a día de Errol (Leonie Bramberger) y Sasha (Natasha Goncharova), dos jóvenes que viven en Viena. La segunda habla ruso e inglés, lo que le hace sentir una cierta distancia con su entorno inmediato. Somos testigos de cómo asisten a clases por Zoom, van a ver muebles y exposiciones, conocen gente nueva, pero sobre todo las vemos simplemente existir. El primer largometraje de Kraxner y Czernovsky, Beatrix [+lee también:
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ficha de la película], también se estrenó en el FIDMarseille en 2021, donde fue comparado con Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles, de Chantal Akerman, por su absorbente retrato de la rutina repetitiva. Aunque no es mucho más narrativa, bluish incluye algunas secuencias experimentales, como segmentos de un entorno azul en 3D (extraídos del largometraje de realidad virtual GLITCHBODIES, de Rebecca Merlic) y momentos en los que solo se oye el audio sobre una pantalla negra.
Kraxner y Czernovsky, que no solo han dirigido, sino también escrito y montado la película, consolidan la impresión nebulosa y efímera que desprende la película a través de las imágenes granuladas y muy bellas filmadas por Antonia de la Luz Kašik. En la dirección artística, Hanga Balla y Pauline Stephan dan vida a este mundo con una selección muy minuciosa de colores que bañan toda la paleta de decorados en tonos azules y fríos. Más allá del etalonaje, el color del título se posa sobre la ropa, los azulejos, las botellas, los líquidos —también azules— e incluso el reflejo azulado de las pantallas de los teléfonos en los rostros, pero estas elecciones no desentonan en ningún momento; se filtran en la experiencia visual subconsciente y se quedan ahí.
Sin duda, no se trata de una propuesta para todos los públicos, pero el estilo y la técnica con los que se evoca lo liminal, esa zona intermedia que se adhiere al interior del cerebro, resultan indiscutiblemente eficaces. Con su enfoque subjetivo y fenomenológico, las directoras nos invitan a quedarnos, a habitar el espacio sin necesidad de centrarnos en los detalles de cada escena. Kraxner y Czernovsky sumergen al espectador en un estado de recuerdo, en una dimensión donde el tiempo no es lineal y los recuerdos surgen a través de la niebla, no siempre con el mismo grado de claridad. Estas instantáneas de la vida de Errol y Sasha reflejan su existencia heterotópica, una cierta fugacidad en su movilidad y la desconexión que genera el mundo actual. Aquí no se trata ni del viaje ni del destino, sino, tal vez, de algo que permanece flotando entre ambos.
bluish es una producción austríaca de Panama Film, y las ventas internacionales de la película corren a cargo de Square Eyes.
(Traducción del inglés)
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