Crítica: Stranger
- En su segundo largometraje de ficción, Yang Zhengfan nos invita a varias habitaciones de hotel en siete historias diferentes, aunque desafortunadamente la visita se alarga demasiado

Aunque las habitaciones de hotel pueden dar a veces la sensación de aislamiento, también se trata de hogares temporales. Son a la vez genéricas e idiosincrásicas, diferentes en tipo y género, pero idénticas en cuanto a su naturaleza. Y son precisamente las habitaciones de hotel, y los breves atisbos de vida que acontecen en su interior, el tema en torno al que gira Stranger [+lee también:
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ficha de la película], el cuarto largometraje de Yang Zhengfan, que a su vez constituye el segundo largometraje de ficción y se ha estrenado a nivel mundial en la sección Proxima del Festival de Karlovy Vary.
Las reglas del juego son sencillas: vemos siete escenas, cada una rodada en una toma larga. Algunas son divertidas, otras conmovedoras, otras cargadas de emoción, otras misteriosas y otras puramente meditativas. En teoría, cada una funciona como un cortometraje por sí misma, pero juntas deben crear una narración completa.
Vemos a una limpiadora tomarse un momento de descanso antes de apresurarse a limpiar la habitación y pasar a la siguiente tarea, con un remate de esta subtrama que se esconde y se guarda para el final. Dos individuos sospechosos se enzarzan en un auténtico duelo de ingenio con dos policías después de que estos hayan irrumpido en su destartalada habitación de motel con el pretexto de inspeccionarla. Un plano secuencia de la sesión fotográfica de una boda deja al descubierto algún que otro secreto que yacía profundamente enterrado. Una pareja ensaya el diálogo que pretende mantener con un funcionario de inmigración estadounidense, ya que la mujer desea dar a luz a su hijo en la “tierra prometida”. Una joven que trabaja como operadora de chat en Internet habla con sus clientes sobre la sensación de no pertenecer a ningún sitio. Un hombre de mediana edad relata elementos de su solitaria vida sumida en la rutina mientras prosigue con ella al ponerse un disfraz para ir a trabajar. Por último, vemos cómo se encienden y apagan las luces a través de las ventanas, y todo ello al tiempo que se escuchan los distintos sonidos del entorno.
Era de esperar cierta irregularidad en una película que, en realidad, está formada por una serie de cortometrajes, y Yang Zhengfan hace todo lo que puede para lograr el equilibrio adecuado entre coherencia y variación. En cuanto a la dirección, tiene algunas ideas interesantes, las cuales se ven reforzadas por un director de fotografía que le conoce bastante bien, y que no es otro que él mismo. Puesto que tiene más experiencia en el campo del documental que en el de la ficción, los momentos en los que utiliza un estilo observacional son los que mejor funcionan.
Stranger empieza pisando fuerte, con un estilo que, aunque se caracteriza por la rigurosidad (las escenas se filman desde una posición fija o con movimientos geométricos regulares), está dotado de cierta frescura gracias al humor que presentan los diálogos. Después del cuarto episodio, que es el principal y el más cargado a nivel emocional, da la sensación de que Stranger empieza a agotar sus últimos cartuchos y pierde un poco su razón de ser. En pocas palabras, las tres últimas historias no tienen nada que ver con habitaciones de hotel, dependen demasiado de las interpretaciones de los actores de sus solitarios personajes y, en ocasiones, caen en la imperfección técnica, sobre todo en cuanto al sonido. En definitiva, Stranger dura un poco más de lo que nos gustaría, y el director riza demasiado el rizo, ya que sus buenas ideas se ponen en práctica de una forma, cuando menos, imperfecta y poco variada.
Stranger es una coproducción entre Estados Unidos, China, Países Bajos, Noruega y Francia dirigida por Burn The Film, en coproducción con BALDR Film, Norsk Filmproduksjon y Les Films de l'Après-Midi. La distribución y las ventas internacionales de la película también corren a cargo de Burn The Film.
(Traducción del inglés)
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