Crítica: The Last Ashes
por Giorgia Del Don
- En su ópera prima, el director luxemburgués Loïc Tanson nos traslada a 1854 para contarnos una historia de venganza en clave femenina
The Last Ashes, la ópera prima del director luxemburgués Loïc Tanson, que ha sido rodada íntegramente en Luxemburgo y protagonizada por la maravillosa Sophie Mousel en el papel de Hélène, pone el foco en un período histórico no muy conocido: el que llevó a Luxemburgo a convertirse en un estado autónomo y libre del yugo holandés y prusiano. Este primer largometraje, que se estrenó a nivel mundial en el Festival de Sitges 2023 antes de ser seleccionado más tarde como candidato al Óscar a mejor película internacional, está siendo proyectado actualmente en el Festival Internacional de Cine Fantástico de Neuchâtel, donde ha sido seleccionado en la sección Third Kind.
The Last Ashes, que constituye una acertada y enigmática mezcla de distintos subgéneros cinematográficos (el del western, el del terror con tintes sangrientos y el de la catártica “película de venganza por violación”), se mantiene en la línea de la tradición estadounidense al tiempo que se nutre del folclore europeo. El resultado es una película intrigante, única en su especie, que da una patada liberadora en las partes nobles a una tradición patriarcal con demasiada confianza en sí misma. La historia que relata Loïc Tanson es la de una niña que se atrevió a desafiar una tradición injusta y violenta que obliga a las mujeres a permanecer calladas y, por tanto, a ser sumisas.
La película, que está ambientada en el Luxemburgo de 1854, se divide en dos partes. La primera gira en torno a Hélène, de doce años, que vive con su familia en la finca del poderoso y despótico Graff para sobrevivir a la hambruna que se cierne sobre todo el país. A priori, el destino de la joven no es otro que el de convertirse —al término de un espantoso ritual iniciático— en una de las muchas “mujeres de Graff”, cuyo único objetivo en la vida es procrear (niños y, más tarde, hombres robustos pero dóciles), pero un día decide desafiar un sino con el que no está en absoluto de acuerdo. Esta primera parte, filmada en un majestuoso blanco y negro que resalta la frialdad de las piedras de la mansión Graff y pone aún más de relieve no solo la dicotomía entre poderosos y vulnerables, sino también la evidente brecha entre hombres y mujeres, es sin duda la parte más interesante de la película, por lo menos desde el punto de vista estético. Las extrañas máscaras que los niños se ven obligados a llevar, así como los misteriosos sonidos de la lengua luxemburguesa, nos sumergen en un universo desorientador y cruel, y todo ello al mismo tiempo que nos mantienen expectantes en todo momento.
En la segunda parte de la película, que está rodada en color, Hélène, ya adulta y superviviente de la masacre de su familia, regresa a la finca de los Graff para cobrarse una venganza en la que no tendrá piedad alguna. La combinación de ferocidad y determinación con que lleva a cabo su plan sacude literalmente a las demás mujeres dominadas por Graff de su trágico letargo. Juntas, ponen en marcha una dinámica de revuelta que había estado cocinándose a fuego lento desde las primeras imágenes de la película, llevando al público a tener ya un deseo irreprimible de defenderlas. Si bien pueden surgir dudas totalmente legítimas en torno a por qué hay que esperar dos horas para llegar a un final que era previsible desde el principio, la euforia que la venganza de la heroína suscita en el público merece sin duda la pena.
La jovial, misteriosa y bien estructurada película de Tanson hará las delicias de los espectadores —tanto de los aficionados al cine de género como del resto—, especialmente de todos aquellos que ansían dar una muy necesaria y merecida bofetada a la familia patriarcal y a todos sus déspotas.
The Last Ashes ha sido producida por Samsa Film (Luxemburgo) y Artemis Productions (Bélgica). Las ventas internacionales de la película corren a cargo de One Eyed Films.
(Traducción del italiano)
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