LOCARNO 2024 Cineasti del Presente
Crítica: Holy Electricity
por Mariana Hristova
- La ópera prima de Tato Kotetishvili es una road movie urbana protagonizada por dos hombres solitarios que iluminan con luces de neón las afueras de Tiflis consiguiendo acercarse más entre sí
El ya consagrado director de fotografía Tato Kotetishvili, conocido por la sensibilidad de sus tomas en Blind Dates [+lee también:
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ficha de la película], que acaba de estrenarse en la sección Cineasti del Presente del Festival de Locarno junto a otros 14 títulos. La trama gira en torno a dos bichos raros que se encuentran con otros bichos raros, sin ninguna indicación clara de dónde vienen ni adónde van. La única certeza es que la interacción social parece aliviar por momentos la soledad de los personajes, aunque el efecto a largo plazo de esta conexión en sus almas errantes sigue resultando algo incierto.
La escena inicial, que se desarrolla en un funeral, aclara de inmediato los lazos familiares entre los protagonistas: el joven Conga (Nika Gongadze) acaba de perder a su padre, y su primo Bart (el transexual y activista Nikolo Ghviniashvili) promete tratarle como a un hijo. En la siguiente secuencia, se ve a ambos rebuscando en un vertedero de metal con el fin de encontrar algo que vender en el mercadillo más tarde ese mismo día. El punto de inflexión se produce cuando encuentran una maleta llena de cruces oxidadas, que decoran con tubos de neón de colores y empiezan a distribuir de puerta en puerta. Aquí comienza su verdadero viaje como flâneurs de la ciudad. Con el telón de fondo de Tiflis, famosa por su colorida arquitectura, el director les hace pasear por barrios descuidados y repletos de casas todavía más descuidadas, donde conocen a personajes de lo más peculiares: un “acróbata” autodidacta al que le gusta hacer poses imposibles, ancianas charlatanas y acompañadas de gatos, un obstinado tamborilero de pelo blanco, una animada drag queen y un vendedor de café gitano con el que Conga empieza a flirtear a base de incesantes preguntas. A menudo se despiertan en coches o lugares aleatorios tras noches intensas, o se suben al tejado y sueñan con el dinero que podrían llegar a ganar con su negocio. Sin embargo, las cuantiosas ventas del negocio no parecen ser suficientes, ya que Bart ni siquiera puede pagar sus antiguas deudas y le cuelgan cabeza abajo como advertencia. La indiferencia de sus verdugos y el contexto general hacen que todos los habitantes de la zona se encuentren en situaciones similares.
En las notas del director, Kotetishvili afirma que su objetivo no era otro que analizar y conocer mejor su ciudad natal, Tiflis, así como aceptar a sus habitantes “tal como son: locos, encantadores, excéntricos”. Aunque este objetivo se consigue, la variedad de personajes secundarios, todos ellos interpretados por no profesionales, no consigue salvar a la película de caer en la monotonía. Además, el enfoque del director sobre el entorno es alienante, puesto que a pesar de ser un ciudadano más de Tiflis, no parece conectar con sus conciudadanos, de los que se limita a resaltar sus rasgos más distintivos. El origen de esta mirada exotizante, que da lugar a una pérdida de autenticidad, se debe quizá a la implicación de demasiados profesionales (tres guionistas, siete productores y coproductores) y a la dificultad a la hora de seleccionar los aspectos de la ciudad más atractivos para un público internacional. El resultado es una curiosa pero algo fría y caleidoscópica representación de personajes inconformistas que, a pesar de resultar atractiva a la vista, no logra causar mucha impresión debido a la falta de interés del autor por la personalidad de sus protagonistas más allá del mero espectáculo. Este defecto habría pasado más desapercibido si no fuera por las múltiples películas conmovedoras que se han hecho en Georgia durante los últimos años.
Holy Electricity ha sido producida por las georgianas Zango Studio y Nushi Film, en coproducción con las neerlandesas GoGo Film, The Film Kitchen y Arrebato Films.
(Traducción del inglés)
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