Crítica: Youth (Homecoming)
por David Katz
- VENECIA 2024: Wang Bing completa su trilogía dedicada a los jóvenes trabajadores de la industria textil china con una película que es posiblemente la más cautivadora a nivel emocional de las tres
En “I Don't Wanna Grow Up”, una de las canciones de Tom Waits, el cantante y actor decía: “I don’t wanna get me a big old loan / work them fingers to the bone”, es decir, que no quería tener que pedir un préstamo a largo plazo y pasarse la vida dejándose la piel en su trabajo. Pues bien, da la casualidad de que este poético pareado rimado refleja a la perfección el aura de Youth, la trilogía documental de Wang Bing, que gira en torno a personas que dedican prácticamente toda su vida a trabajar sin cesar. Con la población actual de China, que supera los 1.400 millones de habitantes, no es de extrañar que los perdurables “valores rurales del país” de los que habla Wang hayan evolucionado hacia una ética del trabajo que fomenta la producción en masa sobre la que se sustenta la economía. En lugar trabajar en aras de la automatización o una mayor eficiencia, se recurre a 200.000 jóvenes trabajadores que viajan desde las provincias rurales hasta Zhili, donde se produce el 85% de la ropa infantil del país. Así que Youth (Homecoming), la tercera de las tres películas que forman la trilogía, que ha sido presentada en la competición oficial del Festival de Venecia, documenta exhaustiva y precisamente la existencia de estas personas que “se dejan la piel trabajando” en chirriantes equipos industriales, así como el impacto de estos trabajos en sus vidas y sus almas.
Si Youth (Spring) [+lee también:
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ficha de la película] y Youth (Hard Times) [+lee también:
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ficha de la película], que se proyectaron respectivamente en Cannes y Locarno, trazaban talleres laberínticos y se ceñían en gran medida a claustrofóbicas tomas interiores, Youth (Homecoming) invierte la situación, de modo que ofrece a los sujetos de Wang un respiro de la fatiga laboral al reunirse con sus familias durante las vacaciones de invierno, hasta que esta pequeña pausa se ve cruelmente interrumpida. Al igual que ocurría en su obra anterior más aclamada, Al oeste de los raíles, cada una de las tres partes abarca el mismo marco temporal (en este caso, los años 2014-2019), pero desde ángulos ligeramente distintos, en lugar de las diez horas completas que proceden cronológica y linealmente. Si queremos hacer uso de una analogía arriesgada, podríamos decir que esto convierte a Wang en una especie de alto modernista a lo William Faulkner, que adopta un enfoque fractal del tiempo y la sucesión de acontecimientos.
El hecho de sacar a sus sujetos —entre los que se incluyen los jóvenes recién casados Dong Minyang y Mu Fei— de Zhili en trenes y autobuses hacia las montañas de Yunnan y las orillas del río Yangtsé, da por fin a Wang la oportunidad de hacer alarde de su esplendor pictórico. Las extensiones de montañas, así como el aire húmedo y empapado por la lluvia, que se filman con una gran profundidad de campo mediante objetivos de corta distancia focal, nos dejan sin aliento mientras seguimos a los personajes —tanto a pie como en los distintos medios de transporte—, pero el peligroso terreno constituye también una prueba irrefutable de lo poco que hay en estos lugares y de que, a pesar de la grandeza estética, la falta de oportunidades de movilidad económica y social dejaría a los jóvenes con la necesidad de hacer frente a tiempos aún más duros. Wang no es un sentimentalista, y por ello algunas de las secuencias de boda mejor rodadas desde El Padrino también se ven neutralizadas por el pesimismo y el fatalismo del final de aquella película.
La conclusión de la película nos hace darnos cuenta de la ironía de su título, convirtiéndola en última instancia en la más triste de la trilogía. Del mismo modo que los trabajadores viven in situ en dormitorios mal mantenidos durante la temporada, la propia idea de “hogar” se vuelve gradualmente indistinguible del entorno de Zhili. Mientras que las dos primeras películas terminaban con codas en provincias, aquí volvemos al taller al que han sido asignados los personajes recién casados, donde también tendrán que criar a sus hijos recién nacidos. Y los guiños al poder obrero y los sindicatos informales, que potencialmente podrían permitir a los empleados recuperar el control, no se mencionan en esta última película. La rutina continúa, los jóvenes están ahora casados —con hijos a su cargo— y la difícil situación de muchos ciudadanos de este país no podría representarse con mayor crudeza.
Youth (Homecoming) es una producción de Francia, Luxemburgo, Países Bajos y China de la que se han encargado Gladys Glover Films, House on Fire, CS Production, ARTE France Cinéma, Le Fresnoy, Les Films Fauves y Volya Films. Las ventas internacionales de la película corren a cargo de Pyramide International.
(Traducción del inglés)
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