Crítica: The Wolves Always Come at Night
por Savina Petkova
- La oda a la pérdida de la cineasta de documentales híbridos Gabrielle Brady es un conmovedor trabajo colectivo ambientado en la Mongolia rural

¿Qué es un pastor sin sus animales? Esta pregunta retórica susurrada en la cómoda ger (una tienda de campaña nómada mongol) atraviesa en The Wolves Always Come at Night. Es el segundo largometraje de la directora australiana Gabrielle Brady, estrenado en la sección Platform del Festival de Toronto. La pregunta la plantea y la formula Daava (Davaasuren Dagvasuren), un joven hombre que anticipa un gran cambio en su vida y en la de su familia: su mujer Zaya (Otgonzaya Dashzeveg) y sus hijos. De acuerdo con su enfoque híbrido y colaborativo, Brady trabaja junto con ambos, ofreciéndoles una manera de contar su historia, compartiendo el dolor indescriptible por lo que han perdido, en una forma cinematográfica.
Hace 15 años, Brady trabajaba como productora de televisión en la cadena nacional mongola, quedándose en el campo con las familias pastoras. Allí, escuchó historias sobre los lobos de la zona, figuras duales que engloban tanto al animal respetado como al depredador, y que suponen una amenaza para el sustento de las personas. Como en las fábulas, los lobos en su segunda película no son exactamente lo que uno espera. The Wolves Always Come at Night describe una intensa tormenta de arena (un zud) que priva a Daava y Zaya de su salvavidas, de su relación segura con la tierra y de la tradición de pastoreo de largas generaciones que siempre les ha mantenido arraigados, de una forma casi sagrada. En el desarrollo de la película, la familia opta por trasladarse a la ciudad en busca de trabajo, una decisión tomada con el corazón encogido, y la pena que conlleva se siente a través de la pantalla. Las tomas panorámicas del desierto, en calma y tormenta, y las lentas panorámicas nos invitan a respirar estas imágenes, para que podamos añorarlas también, al igual que los personajes hacen.
A raíz de esto, la familia se muda del aparentemente interminable Bayanhongor a las afueras de Ulán Bator, donde se está formando lentamente un distrito ger. Un asentamiento de yurtas para muchos antiguos pastores, sin electricidad. Ahora tienen que adaptarse al nuevo entorno, donde el hormigón de las paredes cercanas parece una presencia tan dura cuando se muestra de cerca. El cambio climático tiene una responsabilidad directa en estas oleadas de migración urbana en Mongolia, y aunque la película lo atestigua en su poderosa forma documental, sus elementos artísticos (la impresionante cinematografía y, el sutil uso de la música y el sonido) acercan al espectador a las experiencias vividas por una familia. No es de extrañar que Dagvasuren y Dashzeveg figuren entre los coguionistas de la película junto con Brady, y que el manejo de la cámara de Michael Latham se adapte maravillosamente a la escala y las texturas de los paisajes.
El primer largometraje de Brady, Island of the Hungry Ghosts [+lee también:
crítica
tráiler
ficha de la película], ya fue una buena carta de presentación, ganando premios en Tribeca, Visions du Réel e IDFA, entre otros. Es maravilloso ver a la directora seguir adelante con sus compromisos de colaboración creativa con gente (nunca solo “sujetos” de documentales) y permitiéndoles un espacio para transformar sus emociones y sus silenciosas pérdidas en lenguaje visual, tanto delante de la cámara como en calidad de coguionistas.
The Wolves Always Come at Night es una producción de Guru Media (Mongolia), Over Here Productions (Australia) y Chromosom Film (Alemania). Cinephil gestiona sus ventas internacionales.
(Traducción del inglés por Paula López Pastor)
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