Crítica: Par amour
por Olivia Popp
- El segundo largometraje de Élise Otzenberger, protagonizado por Cécile de France, es una película de drama y de suspense familiar de maestría visual y con un toque de fantástico

El canto de una sirena, un misterioso mensaje procedente de otro mundo… No hay nada tan místico y sublime como el encanto de lo desconocido, por lo que no es de extrañar que los narradores recurran a las profundidades de alta mar para situar a sus personajes en entornos con los que no estamos en absoluto familiarizados, aunque esta alienación esté hecha a medida para ajustarse a los confines de una historia concreta. En Par amour [+lee también:
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ficha de la película], el segundo largometraje de Élise Otzenberger, la directora francesa elige el elemento agua como novum especulativo para romper todos los esquemas de un mundo por lo demás realista, en el que los personajes parecen capaces de oír las voces de los extraterrestres a través de este medio líquido. La película, que acaba de estrenarse a nivel mundial en la sección oficial Fantàstic del Festival de Sitges, parte de una idea original de Otzenberger, la cual se desarrolla en un guion escrito por la propia directora junto con Maud Ameline y Mauricio Carrasco.
El matrimonio que forman Sarah (Cécile de France) y su marido Antoine (Arthur Igual), que acaban de mudarse de París con su familia, no pasa por el mejor de los momentos. La protagonista tiene dos hijos pequeños, Louis (Navid Zarrabian), de siete años, y Simon (Darius Zarrabian, su hermano), de nueve. Tras una fatídica visita a la playa en la impresionante escena inicial de la película, Simon empieza a sentir una inexplicable atracción hacia el agua y afirma poder oír las encantadoras voces de los extraterrestres. Sarah, que en un principio se muestra escéptica, empieza a alentar el comportamiento de su hijo, lo cual aumenta el distanciamiento entre su marido y ella, pero la lleva al mismo tiempo a explorar las creencias y el misterio del mundo que la rodea.
El arraigado lenguaje visual de la cineasta no hace sino indicarnos que se trata, en primer lugar, de un drama familiar sumamente preciso sobre las conexiones entre Sarah, sus hijos y su marido, y en segundo lugar, de una película de misterio dotada de elementos fantásticos que forman parte del realismo mágico cuidadosamente cultivado por Otzenberger. También se aprecia un poderoso trasfondo de simbolismo tras el trabajo de Sarah como traductora, ya que alude constantemente a un viaje que quiere hacer con su familia a China, de modo que expresa su propio anhelo de aventurarse en otro espacio, en otro mundo.
Es maravilloso ver una película como esta en un festival como el de Sitges, donde la fantasía más realista se codea con películas de género mucho más duras y directas en su planteamiento. El guion es nítido y conciso, y nunca se extiende más de lo necesario, por lo que el hecho de que Otzenberger deje el misterio central bien escondido en una caja negra y revele únicamente algunos hilos del mismo no constituye en absoluto un problema. Sin embargo, una mayor asunción de riesgos dramáticos al principio de la película podría haber llevado el concepto —ya de por sí sólido— a cotas más altas, ya que la mente de Sarah no empieza a desmoronarse hasta el último tercio de la película. En este sentido, Otzenberger juega por fin más libremente con la situación de una madre que se enfrenta a sus propios instintos metafísicos, pero nos quedamos con la miel en los labios, puesto que el momento de ver a la protagonista envuelta en algo mucho más grande que sus disputas familiares no llega a producirse nunca. Sarah abraza lo desconocido, pero, por desgracia, no tenemos la suerte de presenciar cómo pone a prueba sus límites.
La película desprende cierto grado de sublimidad en todas y cada una de sus vertientes y elementos cinematográficos. La música orquestal al estilo de Hans Zimmer, compuesta por el artista independiente francés Robin Coudert, alias ROB (conocido por su trabajo en la serie Oficina de infiltrados [+lee también:
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Par amour ha sido producida por la francesa Mamma Roman, y las ventas internacionales de la película corren a cargo de Playtime.
(Traducción del inglés)
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